Si uno revisa la agenda diaria del Despacho presidencial, se llevará muchas sorpresas de las que ahora no hablan los medios como sí lo hacían antes (por ejemplo con Humala, PPK, Vizcarra, Sagasti y Castillo); en cambio con Dina Boluarte, eso se ha callado estratégicamente, tanto como otros aspectos de las tareas que deberían informarse (reuniones, citas, visitas, eventos no programados pero incluídos en la agenda, desplazamientos, protocolos establecidos, actos públicos). Hay un tiempo frecuente que nadie sabe a qué lo dedica la señora Boluarte, siendo su deber y obligación hacerlo de conocimiento general.
Gracias a múltiples informaciones que nos han sido alcanzadas estas semanas, fruto de una investigación que surgió en la redacción de Minuto Digital Perú (donde cada dato recibido lo hemos analizado, cruzado y verificado, eliminando lo que no es un hecho concreto), hemos podido determinar que un grupo de especialistas en imagen, comunicaciones, publicidad política y la siempre manipuladora “propaganda” de la voz oficialista -del gobierno-, se reúne con la señora Dina y alternadamente con algunos ministros clave o que son parte del círculo de libro blanco* del gobierno, para entrenarlos en sus presentaciones, mejorar sus formas de modular la voz, pararse y moverse, usar las manos para asegurar gestos de aprobación o de rechazo, orientar la vestimenta a objetivos de identificación visual (como el lagarto y su tropa: gorros, camisas de color blanco con bordados de entidades del Estado, pantalones beige militar y lo mismo para su entorno, con las botas, casacas o chalecos que uniformizan la fotografía y el recuerdo visual). Eso se denomina manipulación subliminal, un acto de presión progresiva sobre los ciudadanos y es un trabajo sucio muy fino, de especialistas, no de improvisados (que son los alumnos contratantes).
Enseñar a hablar con palabras sencillas que impacten y con gestos que atraigan y generen concentración del público, es difícil. Enseñar a caminar firme y despacio, a no voltear la mirada, pero mencionando a los que se encuentran atrás en forma de acusación, es parte de los guiones de ensayo que se aplican. Pero lo que más impacta, eso creen, es cambiar la costumbre pasada y recrear una nueva imagen. Entonces, del militar servil cuya pareja lo dominaba, del gringo avejentado y ajeno a lo popular, del lagarto que quizo ser enérgico y se fue auto demoliendo con sus temas furtivos y delincuenciales y cayó en su propia red cuando disolvió al Congreso, del pasivo que fue enlace temporal para las elecciones, al violento y agresivo odiador del golpista, se tiene que generar un rostro que suba las revoluciones de una energía nueva, que se enfrente en el terreno, que se suba al estrado (para estar sobre los silbidos y arengas), que se sobreponga a los demás pero, con el tipo de voz que posee Dina, sólo le queda escalar la intesidad, casi gritando, aspirando a poner la voz ronca -complicado-, intensificando el volúmen para hacerlo más coherente y no una especie de pitillo chistoso. Un error más.
Hemos entrado a una nueva era a lo “consultoría maxi Aguiar” de los años turbios del lagarto y el reinado de los contactos de alquiler en los medios, también de alquiler (¿No se acuerdan? ¿Se olvidaron de esos años de idolatría hacia el lagarto?) Es evidente tan burda maniobra, que se intenta mejorar con Dina hoy, como ayer se hizo con el lagarto. Pero existe un drama irresolvible: Dina no puede convertirse en líder, jamás lo será, carece de poder de convocatoria, no tiene agenda ni discurso, está ausente de integridad, “se está arrebatando y malgeniando” y en su entorno, Otárola saca provecho con su propuesta autoritaria, que en lo político hace puros anuncios estériles, pero en lo que la gente podría sentir, no les funciona porque no tienen talento, formación, capacidad, inteligencia, conocimiento, presencia, nada. No son nada.
Las clases con Dina (las clases de inglés también), son un secreto de Estado que se está conociendo en esta historia que nos han contado y que nos causa más risa que malestar, porque es imposible cambiar el título de “Dina asesina” que, juzguen ustedes lo que crean, se lo ganó a pulso y silencio político, en vez de afrontar y enfrentar las causas de la violencia política al asumir la presidencia con soberbia y callar ante los efectos de la represión autoritaria que su gobierno ordenó.
¿Quién paga esa factura del maquillaje político, del nuevo rostro de “una nueva líder que podría ser como la madre que siempre quisiste”? ¿El BID como con el lagarto? Eso sí les va a molestar saberlo, pronto.
Imagen referencial de ironía, del libro “Dina tiene mucho miedo”, un divertido cuento de dinosaurios sobre el miedo, la vergüenza, la diversidad y la capacidad para enfrentarse a lo que más nos asusta. Puedes encontrarlo en Amazon.com (el libro).