En mi barrio hay una brujita de antaño que nos lee cartas y nos mira la cara diciendo suavemente que miremos sus manos limpias, suaves, encallecidas por el tiempo, pero limpias, eso sí, hasta conducirnos con palabras que interrogan a una puesta en escena que es el centro de la consulta: el devenir de cada una, lo que se viene o puede que suceda. En cambio, en el acontecer diario, ese de los noticieros, las portadas de diarios y revistas, los programas prepago de las redes sociales y los comentarios que se van escuchando en la universidad o el trabajo, sólo escuchamos odio, rencor y envidia hacia algunas mujeres que participan en política; y si una les hiciera caso o diese crédito de verdad a esas insinuaciones que se hacen detrás, creeríamos que se habla del demonio con falda o de Elena Iparraguire con sotana, como si fuera una santa en devoción y camino a los altares de la veneración.
Es el Perú del guión caviar, odiador, oenegero, franelero y desquiciado, pero que viene siendo enfrentado por miles de mujeres cansadas de que si se arreglan, son materialistas, que si se ponen ropa más ceñida, entonces sus figuras son “de putas de barrio residencial o pituco”, si las piropean bonito y se sonríen, son esclavas del machismo. ¿Y quienes les dicen estas barbaridades? Pues las horribles de mente y de rostro fangoso, enlodado en sus miserias y soledades, las caviares reprimidas, sin pareja ni amor del bueno, las que caminan fijando la mirada en los hombres para insultarlos y decirles agresores -gratuitamente-, las que no usan agua, jabón y fragancia porque les huele hasta el pelo sucio y aceitoso que se junta en los hongos de sus pieles que nadie suaviza, porque carecen de cariño, amor y sentimientos hacia ellas. Son las mechas del cartucho de dinamita.
En las izquierdas del odio, la fragancia huele a pólvora, el jabón a mancha contaminante y el agua, pues no existe agua para ese balde sucio. Por eso, la eterna candidata y perdedora que nació con el humalismo y su progenitora procesada, que luego se aupó a la también procesada que recibió millones en coimas y que sometió la alcaldía de la capital a los contubernios de la mafia de Odebrecht, que se sumó campante al lagarto colocando ministros asolapados en su militancia roji-caviar y que luego, como siempre, se alió al golpista del partido comunista Perú libre, anda calladita y escondida aunque de vez en cuando suelta tuits o mensajes en alguna red social diciendo pachotadas, hoy se pone en contra de su amiga de toda la vida, de su pinqui Dina, con la que en campaña soltaba las trenzas y los calzones rojos anunciando los rumbos “revolucionarios” de las cavernas hacia una nueva constitución y una larga lista de propuestas sin sentido y con odio, como siempre.
Ayer comadres, hoy comadrejas. La que quiso ser presidente, grita como la que es hoy presidente. Y es el mismo grito y la misma amargura. Ninguna es líder, ni popular, ni atractiva. No les funciona el maquillaje femenino ni el de las agencias de publicidad. Critican todo y no proponen nada con sustento, y tanto critican las izquierdas resentidas y cobardes a las mujeres de centro y derecha, que no se ponen a ver el escándalo que traducen en palabras y gritos histéricos de sus referentes históricos, como Abimael, para citar a uno de ellos.
No hay mujeres con liderazgo en las izquierdas, eso es todo.