Ya se ven reacciones, de todo tipo, a la publicación de la respuesta del Papa Francisco a las primeras dubia (dudas) de los Cardenales Brandmüller, Burke, Sarah, Sandoval y Zen. A partir de esa respuesta del Pontífice, los Cardenales reformularon sus dubia el 21 de agosto pasado, reformulación que aún no ha sido respondida.
Una de estas reacciones es la de Luisella Scrosati, en La Nuova Bussola Quotidiana, titulada Sì, sì, ma forse no: Francesco pone più dubbi dei Dubia. Scrosati, filósofa de la Universidad del Sagrado Corazón de Milán, es una autora reconocida en Italia, y a quien el Papa Benedicto apreciaba.
Entre otros puntos de la respuesta de Francisco, se refiere Scrosati a las siguientes afirmaciones del Pontífice:
g) Es importante destacar que lo que no puede cambiar es lo que ha sido revelado «para la salvación de todos» (Conc. Ecum. Vat. ll, Const. dogm. Dei Verbum, 7). Por ello la Iglesia debe discernir constantemente entre aquello que es esencial para la salvación y aquello que es secundario o está conectado menos directamente con este objetivo. Al respecto me interesa recordar lo que Santo Tomás de Aquino afirmaba: «cuanto más se desciende a lo particular, tanto más aumenta la indeterminación» (Summa Theologiae 1-1 1, q. 94, art. 4).
Expresa al respecto Scrosati que
La carta del Papa Francisco introduce una distinción peligrosa: “Es importante subrayar que lo que no puede cambiar es lo que ha sido revelado ‘para la salvación de todos’ (Concilio Ecuménico Vaticano II, Constitución Dogmática Dei Verbum, 7)”. Ahora bien, es sencillamente increíble que el complemento final –ad salutem cunctarum gentium – sea interpretado como complemento de limitación. El Papa dice, contra todo sentido obvio del texto, que lo que no puede cambiar es sólo lo que ha sido revelado “para la salvación de todos”; y por eso debemos “discernir constantemente entre lo esencial para la salvación y lo secundario o no directamente relacionado con este objetivo”.
Es decir – en la mente de Scrosati, y de muchos exégetas – la expresión “para la salvación de todos”, ad salutem cunctarum gentium revelaverat, de la Dei Verbum, no tiene un carácter de división de la Sagrada Escritura, en el sentido de que algunas partes de la misma sí tendrían esa intención salvífica y otras no, sino que es toda la Escritura la que tiene esa intención.
Continúa ella diciendo que
De este modo se abre la puerta a quienes podrían argumentar que, por ejemplo, el diaconado femenino no es algo estrictamente vinculado a la salvación y que, por lo tanto, en este punto, la Iglesia también puede cambiar su enseñanza. Este sentido limitante del texto de la Dei Verbum recuerda una vieja cuestión, un intento de golpe de estado durante el Concilio sobre el artículo 11 de la misma constitución dogmática. Allí se trataba de la inspiración y la inerrancia de los textos bíblicos. Se quería insertar el adjetivo “saludable” en referencia a la verdad enseñada “con certeza, fielmente y sin error” por las Sagradas Escrituras, con el objetivo de restringir la inerrancia sólo a aquellos pasajes de las Escrituras que se consideraban relacionados con la salvación. Fue la mano de los jesuitas (¡siempre ellos!) del Instituto Bíblico, que querían sentar las bases para legitimar las exégesis fantasiosas. Afortunadamente, la cuestión llegó a conocimiento de Pablo VI, quien intervino y obtuvo la eliminación del adjetivo salutaris, sustituido por la frase: “la verdad que Dios quiso consignar en las sagradas letras para nuestra salvación”. Toda la verdad consignada en las Escrituras es para nuestra salvación y por lo tanto inspirada y libre de error.
Por tanto, los Padres Conciliares, con una intervención directa de Pablo VI, no quisieron que quedara ningún manto de duda que no hay “error” en la Escritura, y que todo lo que ahí está escrito tiene intención salvífica y no solo unas partes, de acuerdo a un hipotético discernimiento circunstancial de la autoridad eclesiástica.
Continúa Scrosati afirmando que
Ahora Francisco inventa otra interpretación limitante del texto de Dei Verbum, haciendo que el Concilio diga lo que no afirma, en perfecta continuidad con la hermenéutica de ruptura. Porque todo lo que «la Iglesia enseña en materia de fe y de moral, tanto por el Papa ex cathedra como en las definiciones de un Concilio ecuménico, y en el magisterio universal ordinario (ver Lumen Gentium 25)» no puede ser cambiado, es decir, no puede ser expresado excepto eodem sensu eademque sententia [ndr. Según el mismo sentido y la misma sentencia].
Y concluye diciendo que
¿Qué sentido tiene, por ejemplo, citar en este contexto la afirmación de Santo Tomás: “cuanto más se desciende a lo particular, más aumenta la indeterminación” (Summa Theologiae I-II, q. 94, art. 4)? Es un texto que el Papa ya había reportado en Amoris Lætitia § 304, para decir esencialmente que los casos particulares escapan a los principios universales y así abrir las puertas a la Comunión a los divorciados vueltos a casar, caso por caso. Pero lo que Tomás realmente quiso decir, ya lo habíamos explicado in illo tempore (ver aquí) . Y es al menos deshonesto no recordar que en la enseñanza de Santo Tomás (y de la Iglesia) se afirma el carácter absoluto moral de los preceptos negativos; porque «los preceptos negativos obligan semper ad semper (siempre y en toda circunstancia). De hecho, bajo ninguna circunstancia se debe robar ni cometer adulterio. Los preceptos afirmativos, en cambio, obligan semper, pero no ad semper, sino según el lugar y la circunstancia” (Comentario a la Carta a los Romanos, c. 13, l. 2).
Tal vez dudas como las anteriormente expuestas, merezcan a su vez esclarecimientos de las autoridades competentes. (SCM)