Recogemos en este libro electrónico una carta de san Josemaría sobre la importancia de la humildad en la vida espiritual. Está fechado el 24 de marzo de 1931. Existe un comentario oral de san Josemaría a esta Carta, grabado en cinta magnetofónica, durante la reunión de consiliarios de las diferentes regiones del Opus Dei, en enero de 1966, cuando les entregó este documento.
Esta Carta se encuentra en el n. 2 en el volumen de Cartas I, editado por Ediciones Rialp en 2020.
Este documento forma parte de un género literario particular de san Josemaría. No es un tratado: su estilo se parece más al de una conversación familiar que el fundador mantiene con los miembros del Opus Dei de todos los tiempos. El tono es semejante al que empleaba en las tertulias con personas de la Obra, en las que les transmitía de viva voz el espíritu, la historia y las tradiciones de la Obra.
Ideas principales de esta carta
San Josemaría trata en esta Carta de una virtud fundamental en la vida cristiana: la humildad. Para él la vida cristiana exige una conversión constante: no hace falta ser un pecador pertinaz para arrepentirse, realzarse después de una caída, ser curado de las propias heridas y confiar más plenamente en las fuerzas que la gracia divina proporciona. Esta debe ser, para él, la actitud normal de todo cristiano que se ha entregado a Dios.
Aunque no existe un índice ni un esquema, se puede identificar una cierta estructura en el texto, que cabe distribuir en seis partes.
La primera (nn. 1-7) trata de la relación entre la humildad y la gracia, como fundamentos de la vida espiritual. Desarrolla aquí uno de sus temas más queridos desde los años treinta: el endiosamiento bueno.
La Carta comienza “entre barcas y redes”, como le gustaba decir a san Josemaría: con una escena situada en el mar de Galilea. Cristo viene al encuentro de unos hombres que trabajan en su oficio y lo hace caminando sobre el mar. Videns eos… los vio mientras remaban con fatiga. Jesús se apiada de sus discípulos, de las dificultades que atraviesan, y hace un milagro que demuestra su potencia divina.
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San Josemaría elige este pasaje evangélico para llamar la atención sobre la misión de los apóstoles y compara la vocación al Opus Dei con la de los primeros seguidores de Cristo. Explica que Dios sobrenaturaliza la debilidad humana y la convierte en algo capaz de cosas muy grandes. Pero esa fuerza divina actúa si se practica la virtud de la humildad.
Después siguen unas consideraciones que, como él dice, «habrán de ayudaros a edificar sobre una profunda y sincera humildad» (n. 8a). Empieza aquí la segunda parte, relativamente breve (nn. 8-14), donde trata algunos temas sobre los que volverá más extensamente en otros pasajes de la Carta: la necesidad de la confianza en Dios; el crecimiento en la caridad; los obstáculos y los fracasos; la acción del demonio contra la propia santidad; la importancia de reaccionar ante las flaquezas y de afrontarlas con optimismo, apoyándose en la fortaleza de Dios.
La Carta prosigue, en su parte más amplia (nn. 15-33), analizando los principales obstáculos de la vida espiritual. Alude aquí a los problemas personales mal enfocados, que llevan al egocentrismo o al victimismo, como fruto de la soberbia. Después se refiere a las situaciones de oscuridad y aridez interior, para las que propone una serie de remedios ascéticos. Seguidamente trata de las tentaciones, de las crisis de la madurez, del desaliento y de la conciencia de una cierta infecundidad, de la sensación de fracaso o incapacidad personal.
En la cuarta parte (nn. 34-42) san Josemaría se detiene en la virtud de la sinceridad, que considera un gran medio para conseguir la humildad. Es típico del fundador del Opus Dei hablar de la sinceridad no como simple virtud humana, sino en un contexto ascético, como una manifestación de humildad y como un baluarte para la perseverancia. Se refiere especialmente a ella en el contexto de la orientación espiritual y de la confesión.
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Una quinta parte (nn. 43-58) ilustra cómo la fidelidad a Dios es uno de los frutos de la humildad. La vocación recibida lleva consigo, para san Josemaría, una gracia particular, una ayuda sobrenatural específica para perseverar en el seguimiento de Cristo. Es la humildad la que abre los ojos al poder inmenso de la gracia, mostrando que todos los obstáculos y debilidades de la vida espiritual se pueden superar gracias al auxilio divino. El único escollo insuperable es precisamente el rechazo voluntario de la gracia, a causa de la soberbia.
La parte conclusiva (nn. 59-61) se refiere a la unión con Dios, a la vida contemplativa y a la piedad, al trato confiado con Jesucristo y con su Madre Santísima.