Cuando comienzan los reproches en una pareja, las partes se vuelven más tercas por tener la razón “con su propia razón” y es muy complicado que hagan autocrítica, se disculpen y se perdonen. Nacen de esa suma de discusiones (segunda escala al reproche), las heridas que nunca van a cicatrizar y también los resentimientos que se guardan celosamente para dar un golpe por la espalda. Esa es la imagen del teatro político nacional en la escena del poder presidencial, en un país donde no hay “un presidente” sino “una pareja presidencial” que está controlada absolutamente, por el que no tiene el rango constitucional, sino la designación en un puesto de confianza que lo ha superpuesto a quien se lo otorgó. ¿Complicado? Es el Perú pues, todo al revés.
Reproches por el “plan Dina” (que no existe y jamás fue pensado por las autoridades), reproches por las declaraciones que varios Ministros de Estado dirigieron en público a los medios de comunicación y que fueron inmediatamente desautorizadas por el Primer Ministro (o “presidente de facto”), reproches por las “comitivas” en los viajes a los Estados Unidos y ahora, hacia Europa; reproches por el séquito que domina las oficinas de Palacio de Gobierno y por el que controla la seguridad de la señora presidente… reproches que no son como la canción “palabras, palabras, palabras…”
“Palabras, palabras, palabras (escúchame)
…palabras, palabras, palabras (te ruego) …palabras, palabras, palabras (te lo juro) …palabras, palabras, palabras, palabras …palabras, tan solo palabras hay entre los dos”A ese nivel de poder se ha llegado en el país, viniendo de la tripleta Castillo-Boluarte-Cerrón, una tríada de niveles insospechados de idas y vueltas, pero compartiendo un mismo eje de ambiciones. Por eso lo de las peleas entre ellos no es verdad, se trata de la vieja estrategia castrista del “acordeón”, donde la amplitud -el estiramiento que abre discrepancias- vuelve con la fuerza de los brazos políticos hacia la concreción que revela la unidad, el puño de combate, un solo instrumento en la construcción de cada una de las etapas del poder (que no mide tiempos, sino movimientos). Eso es leninismo puro. ¿ Sin embargo, uno podría preguntar, ¿Y qué pinta el dueño de todos los ministerios y de las decisiones de la presidente?
Otárola es un escollo necesario que responde a la táctica leninista más simple: sugiere un ligero cambio y variación de dirección para incorporar elementos de choque que son distractivos del centro de atención e ir consolidando en paralelo, los objetivos a conquistar, pero siempre, con la misma mira: dar marcha atrás en algunos casos (excepcionales). Las ofertas políticas o aquellas que intentan vender la idea de diálogo resultan engañosas al contrastarlas con los hechos concretos, del día a día. Es un ida y vuelta, ida y vuelta imparable… y usted, no se da cuenta porque como la política asquea, Castillo es peor, Cerrón da risa y la señora Boluarte es lo que resulta siendo (todo esto a sus ojos y los nuestros a veces), el guión sigue en la escena y nadie lo lee.
En medio de este teatro del absurdo que toma forma, se ha escapado el orígen y la realidad de un Primer Ministro de la rancia izquierda bolivariana (humalista ante todo y chavista dispuesto ahora) y de un fracasado dirigente político comunista, que más allá de su oscuro gobierno regional lleno de corrupción, no es nada ni nadie, salvo un prófugo de la justicia; como ven, se trata de dos chavetas en pugna por el mismo cadáver, el de Dina.
Otárola y Cerrón, son dos faites, como “carita y tirifilo” (busquen y lean). Otárola se molesta de todo y por todo con Dina. La cuadra, la pecha, le reclama, “le recuerda”. Dina llora, se angustia en soledad y cuando revienta, le reprocha con el “yo te puse, yo te puedo sacar”, pero Otárola es más hábil para decir por su lado “yo te he dejado ser, yo te puedo dejar de ser”.
Esta es una pelea de cocina, no es de alcoba felizmente -o por ahora, no lo sabemos-, porque allí no se rompen platos ni se lanzan jarrones, sino se destruyen razones y se hieren los corazones. Dina es y debe seguir siendo leal con su jefe “el doctor” Vladimir Cerrón, tienen una factura compartida y a la vez, Dina tiene una complicidad administrativa y penal con Otárola desde que se quedaron a vivir la vida loca en el gobierno y decidieron lo que hicieron y avalaron. Los dos le jalan los crespos a Dina, uno con palabras, el otro a gritos. Y Dina, asiente y calla, trata de enderezarse para la foto y pide viajes para huir de la realidad que ni el Santo Padre se la va a perdonar (menos aún, el 92% de peruanos que no la quiere).
Dina jamás va a ser popular (ni como dictadora, si eso pensaba o le hicieron pensar). Otárola jamás será presidente de un país que no acepta rostros de maldad y comportamientos de patán. Cerrón jamás va a ser presidente de una nación que sabe lo que significa el comunismo y que así se maquille, nunca deja de lado el crímen y la imposición del odio como gobierno. Los tres, Dina, Otárola y Cerrón, son una semilla improductiva en cualquier terreno, como lo fue el primer sacrificado, Pedro Castillo, hoy tras las rejas que a los cuatro los acogerá, seguramente.
En este cuadro que nadie quiere pintar, dos “personalidades” que administran el poder se encuentran en pugna por deseos de más uso de ese poder en el tiempo y en sus decisiones y, por el miedo a perderlo, en razones que ambos son fruto de traiciones de actos impensados que están llevando al despeñadero al país. Y como colofón, Cerrón manipulando a Dina, enfrentando a Otárola.
Mi opinión final: El Perú no merece a la señora Boluarte como presidente, ni al señor Otárola como primer ministro. Se requieren acciones y decisiones que castiguen al gobierno, al Congreso y a quienes deshacen instituciones para favorecer intereses sucios contra la Nación.