No tenemos “mala suerte” ni estamos “salados”, porque “somos lo que somos” y nada más, sin querer cambiar, sin querer ser algo más que la pequeñez que nos consume ahora, habiendo sido más, antes. Por eso la gente en las calles, en los restaurantes, en las esquinas junto a los puestos de periódicos que todavía siguen existiendo a duras penas, en la chamba, el micro y en la universidad, se molesta con lo que sucede, luego de entusiasmarse con lo que creía ingenuamente que iba a pasar. Y es que nos venden “matiné, vermout y noche” la fortaleza de los desnutridos y la proyección de los que están desapareciendo. No nos vemos por lo que somos, sino por lo que nos hacen pensar que nos imaginamos ser.
Veamos los tiempos: Tuvimos grandes momentos de ilusión y empuje desde México 70 –cómo no recordarlo-, estuvimos presentes en Alemania 74, Argentina 78, España 82… para luego de una larga ausencia de gritos de gol, volver a decir con fuerza y emoción el clásico ¡Arriba Perú! en Rusia 2018.
¿Y qué pasó? Nos olvidamos de lo simple y nos confundimos en lo complejo, dejamos la humildad y compramos la vanidad. Nacieron nuevos dueños de “la única opinión cierta” en el fútbol y se volvieron prendas de alquiler y joyas a la venta, los que alguna vez iban por el camino del ascenso individual y el despegue colectivo, sin tapar sus ganas a cambio de un billete y un contrato con carro nuevo y vedette afuera del hogar. ¿No fue así? Muy pocos resistieron, muy pocos se acordaron de sus orígenes, de su casa y sus proyecciones, a muchos “avispados” se les fueron encima los gallinazos aprovechando la falta de integridad, educación, formación, virtudes y valores.
Vino un tipo suicida y con honor desde Argentina, alguien que olió el perfume de la picardía y el sabor de lo necesario para mover el coágulo de “unos adultos entrando a la madurez” y los hizo mejores, les habló de ser personas, de ser futbolistas y no “fulbolistas”, les hizo ver lo que les hace brillar y pudo, con luchas afuera y peleas adentro, el ansiado “regresa Perú al Mundial”. Y fuimos y volvimos, pero a lo de antes.
Es que no se trataba de un “ya está todo listo y ahora volvamos al sancochado y al puterío” de los años precedentes. Habíamos logrado volver, pero fue una estación dentro de un camino y el proceso debía de complementarse, pero se fue perdiendo la esencia de lo sembrado. Y es que el billete juega en otra categoría.
Luego de ese “estado de cosas”, no fuimos a Qatar, era lógico, ni con repechajes. La barra peruana, extraordinaria demostración de la fe popular, nunca se desinfló, como sí se desinflaba el balón de los protagonistas de antes, que querían ser eternos y no le daban cabida a los más jóvenes, porque eso es verdad: cierran oportunidades a los que les pueden hacer sombra (tan natural, tan peruana la envidia y el temor a los que están para reemplazarnos). ¿No es así?, no sean hipócritas.
Hoy está un señor Reynoso que se parece en el rostro de concreto y en estar molesto todo el tiempo, al Primer Ministro del gobierno de la nunca sonriente Dina “dinamita”. Reynoso es una persona enfundada en su terquedad, haciendo de la selección un equipo de segunda división y echando de lado a los más jóvenes, porque cree que puede hacer algo con los mismos de siempre y alguien más, sin ver la realidad que le grita incluir, colocar, insertar jóvenes en la primera línea, porque no es seguro que podamos ir al Mundial como estamos, pero puede ser cierto que se tengan cuadros valientes que den la sorpresa y lo logremos, porque el fútbol es entre muchas cosas, la sorpresa de los que se atreven. Pero Reynoso no se atreve, no ataca, no es valiente.
Amigos y no amigos: El Perú siempre tiene las oportunidades que desea lograr y las pierde cuando se deja amilanar por un tonto y unos piratas del negocio del fútbol, que no debe dejar de ser un deporte. Reynoso no es un entrenador, ni un técnico para la Selección peruana.
Imagen referencial, Entrenador de la selección de futbol de Perú