Dos buenos amigos reflexionan mientras sus tazas de café dejan de estar tan calientes como las acaban de recibir. Quieren decidir de una vez –y ahora mismo- por quién deben votar en las siguientes elecciones “para no volver a equivocarnos”, porque ellos se equivocaron.
La baraja de opciones es abundante en el Perú y cada día crece más, no en calidad lamentablemente, sino en cantidad de oportunistas y timberos, lo que siempre resulta siendo lo peor.
Tenemos en el escenario a revoltosos y revoltosas, intrigantes e intrigantas, estafadores, ociosos, tránsfugas perennes, comechados, vividores, anunciantes de haber salido del closet y otros de reingresar al mismo, advenedizos y adivinos; por cierto también deportistas con medallas y otros con deméritos, artistas permanentes de sus vidas y de la vida, actores de reparto y –cómo no- del reparto del erario público, cantantes afónicos y algo así como el guachafo de algún programa de televisión; abundan abogados y tramitadores, tinterillos, ingenieros e ingeniosos de la jugada bajo la mesa, algún médico incurable, un militar invencible de tantas guerras perdidas, dueños de alguna ONG tenebrosa, un cura sin remedio, asesinos convertidos en estrellas y finalmente, los mismos de siempre, alquilando espacios en las listas para el Congreso a cambio de una recompensa.
Ese es el drama, la realidad, el espejo al que debemos romperle el vidrio.
¿Qué necesita el Perú? Un candidato que hable, entienda, sienta y represente a las clases medias como el impulso para generar todo un gran proceso de desarrollo constante, ininterrumpido, sostenible en el tiempo y con resultados visibles en el país. En ese rubro, aún nadie se atreve a ser valiente, porque la estupidez de lo políticamente correcto es un muro, el miedo a que la oscura prensa que se autoproclama la aduana hacia una candidatura aceptable lo censure, detiene ese posible anuncio.
¿Entonces? Hay que lanzar nombres y hacer propuestas abiertas para que abunden esos nombres y esas propuestas y desnuden a los ineptos, incapaces, ladrones, sinvergüenzas y traidores que el país ya no debe permitir en ningún cargo ni función pública, sea o no fruto del voto popular. Es decir, hacerle saber a todos que existen muchísimos peruanos con valores y virtudes, con capacidades y talento, que podrían muy bien llegar a la presidencia, a un ministerio, a un gobierno regional o municipal, a un puesto directivo en el Estado o en su representación.
El Perú no puede estar dirigido por tanta ineptitud –que es peor que la mediocridad-, y debemos, tenemos que mirar al frente, al lado, reconocer a los mejores y decirles que contarán con nuestro respaldo para que esos valores y virtudes sean la dirección de un gobierno y no, lo que estamos viendo y padeciendo.
¿Será posible? Claro que sí, es nuestro deber, será nuestra victoria.