Quien más quien menos en algún momento busca remedios, ya no para la salud corporal, sino para la salud del espíritu: nudos en el corazón, desasosiegos del alma, contrariedades asfixiantes, enfermedades o limitaciones corporales. De estos males saben los psicólogos, psiquiatras, sacerdotes, pero son, igualmente útiles, los consejos de la abuela -por decirlo de alguna manera- Es decir, aunque en ciertas situaciones hay que echar mano del experto, un poco de sentido común y la experiencia de quienes han caminado por la vida en ochenta días, nos pueden ayudar. De esta última naturaleza es el libro Remedios para la vida (Acantilado, 2023)de Francesco Petrarca (1304-1374). El título original del libro es De remediis utriusque fortune, algo así como De los remedios para ambas fortunas. Y de eso tratan estos remedios agrupados en dos partes, una primera dedicada a los “Remedios contra la buena suerte” y una segunda sobre los “Remedios contra la mala suerte”.
El libro es una selección de esos remedios en pequeños capítulos en donde dialogan el gozo y la razón para la buena suerte y el dolor y la razón para la mala suerte. En la primera parte Petrarca les dice, a quien la vida les sonríe y todo es felicidad desbordante, no te crezcas, bien por tus gozos, pero baja un poco de tu nube. En la segunda parte, el autor se dirige a quienes van de pena en pena y los anima a no quedarse empantanados en el hoyo de sus sufrimientos. Son remedios sustanciosos llenos de ingenio, agudeza, claridad conceptual, experiencia de vida, sazonados con un cierto aire de frialdad del consejero que mira la vida desde el balcón. Con todo, es una lectura grata y provechosa que ayuda a reflexionar sobre los gozos y dolores de la vida. Cada lector, seguramente, encontrará unos consejos mejores que otros. Razón no les falta.
He aquí un breve elenco de los remedios contra la buena suerte: la edad florida y la esperanza de una vida larga, la belleza corporal, la salud, la memoria, la sabiduría, la libertad, el que tiene muchos libros, la fama de los que escriben, la amistad con reyes, la abundancia de amigos, la abundancia de riquezas, el amor placentero, la gloria, la felicidad. A quien se vanagloria de su hermosura, le dice: “GOZO. Hasta ahora la hermosura de mi cuerpo es excelsa. RAZÓN ¡Cuánto mejor sería que lo fuese la de tu alma! Hay, en efecto, una belleza del alma, mucho más suave y cierta que la del cuerpo, que también tiene sus leyes y que se atiene a un orden y a la disposición armoniosa de sus partes”. A quien se hace llamar sabio le recuerda: “una cosa es hablar sabiamente, y otra cosa es vivir sabiamente; una cosa es llamarse sabio, y otra distinta serlo”.
Petrarca nos recuerda, asimismo, que los talentos, el expertise que poseemos, y todas las otras cosas en las que confiamos, “cuelgan de un hilo tan delgado, que siempre está temblando y a punto de quebrarse”. Aquí entra la salud corporal y anímica, la capacidad intelectual, las competencias profesionales. Todas estas destrezas penden de un hilo. Quienes peinamos canas conocemos de esas fragilidades: lo que sabemos hacer pender de un alfiler. Basta un paso en falso, una depresión, un acontecimiento familiar fuerte, un suceso de fuerza mayor y el piso vital se nos mueve. Estas sacudidas nos devuelven a la realidad, pisamos tierra y comprendemos que todo es prestado. Y agrego, qué buena cosa tener el amigo al lado para que nos recuerde que somos mortales y está demás presumir. Cuando se descubre la propia vulnerabilidad cuánto se agradece la compañía de los amigos y familiares. Más, qué serenidad saber que ese hilo delgado está en las manos de Dios.
Para los males, Petrarca, también tiene remedios: contra la envidia, los amigos desleales, la muerte de los seres queridos, la pérdida del tiempo. Así, entre otras cosas señala que “ningún vicio es más miserable que la envidia. Nunca reside en espíritus elevados. Todos los otros vicios tienen en apariencia algún bien, aunque falso, pero la envidia sólo se alimenta de males; los bienes la atormentan, y padece el mismo mal que desea para los otros. Por eso me gusta aquel dicho de Alejandro de Macedonia: Los hombres envidiosos no son más que tormentos o atormentadores de sí mismos”. Ciertamente, la envidia es fea y tiene la capacidad de amargar la vida. Contra ella están la benevolencia (querer el bien del prójimo) y la beneficencia (hacer el bien al prójimo). Hace falta tener un corazón enterizo para alegrarse con las excelencias de quienes nos rodean. Es lo propio de la persona buena.
Y de las tantas excelencias humanas, afirma Petrarca que “el corazón honesto es lo mejor que hay, y no puede conquistarse con pócimas, filtros u otras hechicerías, ni con el oro o las piedras preciosas, ni siquiera con el hierro de la espada. Sólo se gana con amorosa dedicación”. Nada mejor que un regazo amoroso para cobijarnos cuando duele el alma.