Las redes sociales han destrozado a los revolucionarios del Iphone, a los palabreros del café aguado y los bares de música de protesta trovadora, donde las legañas de sucios resentidos se apoyan debajo de las mesas donde se repite el trago amargo de la soledad y el silencio de los intelectuales que nadie supo que así se autodenominaban esos ignorantes y esos incapaces, los sin ideas y los sin propuestas.
Las redes sociales han educado un nuevo sentido de respuesta, lucha y victoria para decenas de miles de personas que estaban cansadas de ver, oir y saber de géneros para todo, de posturas en “correctismos” y de rechazos sobre “incorrectismos” en el lenguaje propio, el que no es de agendas colectivistas ni es de sumisiones académicas. Hoy, las personas con integridad, las limpias, se rebelan frente a las izquierdas del odio que se corren de miedo por ausencia de respuestas y en especial, por carencia de recursos en todo sentido. Están en bancarrota moral, en quiebra financiera, en desgracia personal, pero van por el mundo pidiendo limosnas y ayudas, para mantenerse a flote en sus lujos y costumbres, ajenas evidentemente a las del pueblo que tanto nombran y tanto quieren someter bajo engaños, como siempre lo hacen.
Los que más se empeñan en lanzar súplicas de apoyo, pidiendo monedas y transferencias de dinero para seguir difundiendo odio, violencia, agresión verbal y resentimiento como un himno a la incapacidad, son los caviares, esos progres decadentes que vienen de fondas donde se vive de peleas y se sobrevive en plan de asfixia entre ellos (y ellas, a arañazos).
Viven en lujosas mansiones o departamentos que miran hacia abajo con desprecio la pobreza. Tienen casas de campo y de playa en los lugares más exclusivos y hacen alarde de ello. Enseñan en universidades que lucran con el dinero de los angustiados padres de familia, presionando para que suban las matrículas y pensiones con maldad y maltrato, para elevarse sus sueldos injustos e inmerecidos. Desprecian a los que dicen defender o por los que dicen luchar. Y piden plata con desfachatez, cinco soles unos, lo que su merced disponga, otros. Eso hacen los caviares viejos, los caviares regordetes, los caviares de la tabla del alcohol o el humo contaminante en esta temporada, salvo que sea una mascarada para un sospechoso lavado de activos (¿será cierto eso?) que luego trate de presentarse como “millones” que se han obtenido en apoyo (lo que no guardaría relación con sus ratings, ventas, lectoría o suscriptores).
Les duele ser descubiertos y señalados, porque eran -los caviares- los dueños de las decisiones y nuevas verdades, la nueva historia, el nuevo lenguaje, los nuevos sexos, el nuevo discurso, pero todo eso bajo las viejas costumbres placenteras que nunca han querido dejar de lado: comilonas cinco tenedores, copas de vino, auto y chofer del Estado, viajes con presupuesto público… eran estos veleidosos los que decidían el voto y el destino, eran, porque ya no son nada y jamás deben de serlo otra vez.
Y no hay que responderles, que se pudran los caviares, hay que dispararles con mucha munición de ironía, eso les irrita y suelta el estómago abultado de gases (flatulencia del frejol con pavo). Hay que ironizar sus fracasos, su quiebra, su decadencia, sus treces.
El malestar caviar, hay que exacerbarlo, que lo sepan, que lo sufran y que presionen lo que quieran, pero no les demos respuestas, tampoco dinero, que se hundan en su angustia.
Imagen referencial, “vagabundo millonario pide limosna”, captura de pantalla, @badabunOficial