Nadie tuvo esperanzas en que la señora Boluarte haga algo bueno por el país, sino que la indignación era tan grande con respecto a Castillo, su jefe, su presidente y líder, como lo es Vladimir Cerrón y no lo puede negar, que ante la salida del golpista se esperaba que ella cumpliera su palabra de honor y renunciara con lo cual permitía que se siga un “menos complicado” proceso electoral presidencial, inmediato a la sucesión temporal que debía asumir el presidente del Congreso de la República o quien haga sus veces en ese cargo. Pero las ambiciones y los acuerdos bajo la mesa y sobre ella, no se hicieron esperar y una coalición de gentes relacionadas con los altos mandos de las fuerzas armadas y la policía nacional, se hizo del compromiso con Boluarte, promoviendo todo un plan secuencial -que fue el mismo que se le ofreció a Manuel Merino y éste no aceptó ni siquiera verlo o revisarlo, razón por la cual estos mandos lo dejaron en abandono absoluto hasta su renuncia-.
Boluarte, escoltada por Otárola, creyó que nombrar a Pedro Angulo, ex decano del Colegio de Abogados de Lima le ayudaría a calmar las aguas, pero no fue así y Angulo tuvo que salir porque no soportaba las presiones y las traiciones que le iba armando Otárola, hasta que le dieron la orden de salida y recambio.
Vino en consecuencia el armado del escenario para resistir y presionar, quitando millonarios recursos a los periódicos, emisoras y canales de televisión que estaban acostumbrados a presionar y depender en sus planillas del dinero Estado (de cada gobierno) teniendo esa dependencia, estimada por cada uno, en más del 60% de sus presupuestos, escandaloso sin duda alguna. Mientras esto sucedía como labor de “secado y planchado” a los medios, las marchas y “tomas de Lima” comenzaron a decaer (cosa inimaginable al principio, pero que evidenció tres dependencias para su existencia: de los medios, de las oenegés y de los presupuestos de los ministerios, que eran usados en diversas formas, como algunas movilizaciones y propaganda para la defensa de Vizcarra, Sagasti, Castillo y ahora, cuando contrariamente no querían a Boluarte, les complicaba sus ingresos y negociaciones hasta que Otárola fue el ejecutor del fin de los subsidios y beneficencias irregulares y como resultado se secó la caja chica de las grandes movilizaciones, marchas y tomas.
Las lágrimas de los zurdos, el llanto de los caviares, demoró unos tres, cuatro, hasta cinco meses, hasta caer en desgracia. Eso que no hizo Merino, lo realizó Boluarte, punto a su favor (en ese tipo de peleas entre rojos y caviares) porque aceptó el rol de los jerarcas de las fuerzas armadas y de la policía nacional como sostén de esos tiempos duros. Ahorcó a la principal oposición posible, la de su propia carne, la de la izquierda del odio, la de los caviares (y hasta contrató a muchos de ellos con mejores perspectivas, pero en posiciones que no permiten decir “no sabía que tenía que justificar al gobierno de Dina”). No hay marcha atrás, o es la planilla del mes, o es cero. Y la planilla es el alimento preferido de las izquierdas.
Pero hay algo que está haciendo agua: la corrupción pecetera, miserable, de monedas y casas escondidas como su predesor de Sarratea. Al gobierno le están descubriendo forados muy grandes en los que se detecta contenido de corrupción, que como su predecesor, se intentan minimizar por que es incómodo que además de no hacer nada como gobierno, más allá de anuncios que no sirven o viajes que son solo fotos, se hagan públicos tratos sucios, a escondidas.
El mismo mal de su precedente y presidente: corrupción, malversación, secretismos parentelares, soberbia y mentira compulsiva. Nada de eso se tapa con la futura reunión APEC, porque no quiere decir que la economía mejorará ahora o mañana con ese anuncio que ya se conocía, sea Boluarte o quien sea, eso no funciona así.
Tenemos un pésimo ministro de economía y un mal primer ministro, muy malos ministros en general. Ese es el segundo problema del gobierno, porque el primero, ya es inherente al mismo: la corrupción.