Integridad es la palabra que le da pánico a las izquierdas del odio (sobretodo a las izquierdas bipolares que se juegan la quincena y la limosna con cada gobierno cercano a ellas), porque sus representantes, es decir los dueños de cada una de las decenas de pequeñas organizaciones criminales que las conforman, quieren más y más dinero, como sea, no importando de dónde venga o a quienes haya que traicionarse para recibirlo. Estas izquierdas son canteras del desague, porque de allí provienen.
Las izquierdas del odio, transformadas en slogans y retórica, han claudicado en todos sus principios, en todas sus creencias (y decir que tienen principios y creencias es un eufemismo igual a su existencia). Por eso nadie las acepta en su fuego interior, ni en el exterior.
El mercado de la política peruana es un mercado ambulante, cachinero, irritante y delictivo, porque sus miembros se disputan la amputación “fraterna” permanentemente. La política peruana es una licuadora sin movimiento, pero que entremezcla bloques de miseria en descomposición que se disuelven entre ellos, como ácidos contrapuestos en un frasco a punto de reventar (por olores y efectos nauseabundos).
Y alrededor de esta dramática costumbre, los peruanos -acostumbrados a lo increíble como si fuera algo natural-, aceptamos que están allí, que “ellos son, allí están, los que hunden al país”, pero no hacemos nada que los extermine totalmente del escenario del poder y tontamente, democráticamente, dejamos que se reproduzcan en sus miserias contaminantes y contagiantes, sin darles el rápido aborto que tanto predican y exigen para los inocentes.
El caviaraje, las izquierdas de billete o las que no lo tienen pero se hacen caminantes de barrios “jai” (high en su inglés del jiron Quilca), han entrado en sus horas “zero”, no saben ya de dónde crear un guión, cómo hacer una campaña de algo que exaspere y congregue por lo menos a un millar de imbéciles para hacerlos marchar o sacrificar a un par de ingenuos que tal vez, a pesar de sus antecedentes, les crean a los dirigentes de las izquierdas del odio que “efectivamente” existe una lucha y hay que participar en ella, pero no es así y mueren, o se hieren, o los hieren y los matan, los que los convocaron (muerte a la razón del menú de las izquierdas).
Drama político eterno, novela de la realidad, contradicciones y traiciones. Esas izquierdas desparramadas en la vaguedad (de vagos y de imprecisos), ya no saben qué hacer para liderar algo que los devuelva a las consultorías y licitaciones, a los puestos CAS y a los cargos de confianza en el Estado y como no saben trabajar y nunca han trabajado, están apelando a juntarse con sus extremos y llamar a la violencia, como el primer y último recurso de todo marxista convicto y confeso que ha fracasado, como son sus vidas, o sus muertes.
La elasticidad de los caviares, es una masa deforme e inservible que se debe aplastar.