Lo que vemos, leemos o escuchamos cada día en el país de nuestras vidas y contemplaciones, parece ser una novela que nadie pensó, donde todo es al revés, cada momento se muestra incongruente y en cada segundo se repite lo mismo, pero peor. Estamos acostumbrados a ser espectadores, muy pocas veces en verdad, tenemos la virtud de actuar y participar, de poner en práctica nuestra cuota de ser ciudadanos y emplazar lo incorrecto, lo que daña a una frágil democracia, a una agredida Libertad.
¿Qué nos pasa siempre que esperamos “salvadores” entre los que se están ahogando? ¿Es que estamos en un país herido en el alma, sangrante en el corazón? Somos un país sin memoria porque quiere vivir olvidando, somos un país sin historia porque no sabe leer, se ausenta de la formación, de la herencia y la tradición que lo hizo ser grande alguna vez y hoy, no lo es.
De todos los daños que nos infringimos, nuestra piel resiste nuevas heridas porque no nos duele el dolor de otros, de los que no vemos o de quienes no nos quieren ni ver. Estamos enfrentados siempre.
Y es en esta parte de nuestra calamidad, que los políticos encontraron cómo reemplazar a los ladrones y ser ellos -los políticos corruptos- los amos y dueños de las sombras y la impunidad, hasta que llegaron sus reemplazos, sus accesitarios… los “nuevos periodistas” de alquiler, los sicarios mediáticos, los dueños de la esclavitud ajena, explotadores de jóvenes ansiosos de trabajo y crecimiento, moldeados en piedras de fanatismo y activismo que les han hecho mucho daño, aunque despiertan por momentos, horadando la roca de sus límites.
Lo repito más despacio: Cuando ya sabes que al ladrón lo reemplazó el político, crees que la historia ha finalizado; sin embargo, es sólo el inicio de otros accesitarios, de los nuevos dueños de tu alma. Por eso, es una afirmación dolorosa evidenciar que la izquierda del odio que todo lo destruye, ahora dedicó con mucha rabia su penetración en el periodismo, para destruirlo y hacerlo tan repudiable y asqueroso como la política, como la delincuencia que los precede e ilumina.
Vivimos tiempos de dar la cara y dar un buen golpe, si es que no queremos que nos acaben. Esa es nuestra tarea, no dar la otra mejilla, sino, lanzar el golpe necesario.
Imagen referencial, Titerenet