Hay un escritor y periodista chileno que siempre leemos en la redacción virtual de Minuto Digital news, se trata de Rafael Gumucio, quien hace de la opinión brillante una escalera al análisis y la formación de los propios juicios que uno va construyendo a lo largo de la semana. Un tipo acertado y que se lee honesto.
En esas lecturas, una frase calza perfectamente para los políticos y su modus vivendi cuando uno se pregunta ¿Qué los hace ser tan indolentes, indiferentes, insensibles y miserables? La respuesta, para mí, se se resume en que esos sinverguenzas hacen lo necesario -y nada más- para sobrevivir en el narcisismo de las pequeñas diferencias, porque si se nota distancias de unos a otros, la gente puede diferenciarlos, ver lo que los ahorca y a la vez, permite respirar. Aparece o está en ellos, un aire irrazonable de superioridad en todo sentido, como si “ellos y no los ciudadanos” dominaran la moral, la verdad, el honor, la sensatez.
Ustedes ven, leen y escuchan las idioteces que los políticos expresan y representan a diario, en una suerte de ventilador imparable de odios, emanación irrefrenable de acusaciones, inundación vomitiva de ataques impensados y, de esa mezcla sucia y repugnante, se producen dos escenarios: (1) La gente no habla, se aleja, no comenta mucho, ni siquiera rechaza, simplemente es indiferente aunque sabe de lo que se trata. (2) Los políticos se sienten “no rechazados” e interpretan que están respaldados o mejor comprendidos, y se activa en ellos, una sonrisa de maldad que revela su deshonestidad intelectual.
Parece ilógico pero ocurre, eso es y lo permitimos consciente o inconscientemente.
Los políticos, los que han robado esa palabra que era símbolo y significado de representación popular en gente valiosa, tienen un exceso inacabable de confianza y sobrestimación en sus propias capacidades. El narcisista político subestima a las personas que tienen el verdadero poder en el voto, porque esas personas, los ciudadanos, se callan para no complicarse la vida y no perder su tiempo (aunque lo están perdiendo al permitir que los políticos hagan lo que les da la gana). Estos guachafitos narcisistas, tienen una excesiva necesidad de admiración, por lo que tratan de demostrar constantemente “algo” y ese “algo” es una cantidad increíble de torpezas, estupideces e irracionalidades que llegan a convertirse en leyes.
Los políticos de actualidad, todos sin excepción, son iguales, pero quieren sobrevivir en el narcicismo de las pequeñas diferencias, de sus grandes idioteces.
Son lo mismo: perniciosos, inútiles, acomplejados, traidores, vengativos; son seres sin ilusión.