Si uno lee despacio lo que dicen, escriben o vociferan -como nueva forma de expresión teatral enfundada en gritos y columnas de opinión o noticias de impuslo escandaloso- los periodistas o quienes se dicen ser eso en los medios de comunicación, no tenemos temas de política como centro de construcción de las informaciones, sino cualquier otra cosa, ya sea farándula, chisme, bajezas, insinuaciones, acusaciones por suposiciones y un sin fin de pérdidas de espacio y de tiempo que aseguran, eso sí, la perversión como alimento a los lectores, radioesccuhas y televidentes.
Cualquier palabra, gesto, mueca, resbalón, estornudo, prenda de vestir o artículo de uso, lo que sea, eso “es” ahora, la política peruana. Los hechos delictivos, son la política; las agresiones y peleas de quienes se dicen ser representantes de la voluntad popular, eso, es la política. Escándalos de sus vidas y de palabras que no son las de todos, sino las de “ellos”, los chivateros de los corrales… eso es la política: robar, mentir y hasta matar, eso es la política.
Perto el alimento de “esa” política sucia y servil viene a granel, por toneladas, desde los infames medios de comunicación, centros de chantaje, extorsión y dirección política que imprime su agenda y su sello en los temas que a ellos y sus socios en la corrupción les interesan.
No es un asunto de posiciones doctrinarias, ni siquera de ideologías en discusión sobre análisis, enfoques y soluciones, sino que va hacia más abajo, hacia lo ruin y perverso. En esa sucia tarea, las izquierdas se llevan las palmas por su labor y legado: una mancha inacabable de ociosos dependientes de la planilla del Estado, adueñados de puestos de trabajo temporales que los hacen eternos, ya sea en los ministerios o entidades públicas, o desde sus nuevos partidos políticos, hoy llamados oenegés.
El país no habla de Política, se hunde en la “política”.