El drama de la historia de la izquierda peruana está escrito en letras de odio entre ellos mismos, porque no han podido jamás construir una alternativa popular de gobierno nacional basada en la unidad y en la transparencia que requería cada momento histórico que los sobrepasaba.
Esa triste división de los siempre divididos, de los carentes de honestidad intelectual y moralidad pública, es la gran condena que los persigue todavía en la diminuta incapacidad que los alberga en cada proceso electoral, donde cada quien, dueño de un feudo insignificante, se cree el predestinado para ser el guía y amo supremo del marxismo leninismo decadante, del maoísmo retrógrado, del discurso suavizado de las palabras sangrientas de Abimael Guzmán, su prócer y guía, aún hoy.
Nada queda, ni en el recuerdo, de gentes como Alfonso Barrantes, que superó la pelea infernal de los partidos comunistas “unidad”, “mayoría”, “patria roja”, “bandera roja”, “estrella roja” y otros tantos más, que sólo fueron griterío, panfleterismo, hordas de guerra ideológica, asambleístas de las mismas locuras de siempre, como hacer “la guerra, la revolución, del campo a la ciudad” con un “ni un paso atrás” que siempre fue el retroceso de los incompetentes comunistas (socialistas, progres, caviares o como se llamen o les llamen), para terminar en el fango de su propio lodazal.
Fíjense bien: en los últimos cicuenta años, no han podido encumbrar una sola figura honesta, ni una sola, de liderazgo y convocatoria popular, de palabra de masas y mirada de propuesta convincente. ¿Porqué? Debido a las ambiciones de los diminutos, a la escasísima idea de gobierno y gestión. Por eso, sino es por una huelga de hambre donde siempre engordan, sino es por una violenta marcha del odio de unos pocos desadaptados ensuciando calles, destrozando bienes públicos o privados, ofendiendo a las fuerzas del orden o atacando cualquier mínimo atisbo de progreso, no son nada, no hacen nada, sólo se lamentan de ser “víctimas irreconocidas” de su propia condena.
La izquierda peruana, multidividida, arrinconada en su espectro, está languidenciendo más y más, mucho más que ayer, casi igual que cuando quiere mostrar ideas y se queda callada, porque carece de ellas.