Con el veredicto de culpabilidad contra Donald Trump, la marca país estadounidense se ha degradado completamente. Estados Unidos ahora se une a las filas de los países donde el partido gobernante persigue penalmente a sus principales rivales políticos y los condena en juicios falsos orquestados por las cortes controladas por su partido.
El veredicto de culpabilidad en todos los cargos en contra de Trump por falsificación de registros empresariales para ocultar otro delito (no especificado) se consideró inevitable desde el inicio. Incluso el famoso comentarista anti-Trump de la CNN, Fareed Zakariah, admitió públicamente que era obvio que este caso novedoso y sin precedentes solo se haya presentado contra Trump. Tras el veredicto, el analista jurídico de la CNN y ex fiscal adjunto de EE. UU., Elie Hoenig, publicó un artículo titulado “Los fiscales ganaron con Trump, pero tergiversaron la ley”.
El panorama puede ser peor. Trump todavía enfrenta numerosos cargos en distintas cortes del país. Todos surgieron después de que Trump anunciara su candidatura a la presidencia.
El perjuicio que la guerra legal ideológica hace a la autoridad moral de EE. UU. en el escenario global es incalculable. Por mucho tiempo, EE. UU. se ha jactado de promover los valores que fortalecen las democracias de las economías de mercado a nivel mundial. Hace poco, Biden declaró en una entrevista con la revista Time que EE. UU. estaba dirigiendo una política exterior práctica, basada en valores.
El principal de estos valores, en el pasado, era el imperio de la ley. El Departamento de Estado de EE. UU. se ha posicionado como propulsor del imperio de la ley en el exterior por décadas, al menos desde 1985, cuando el imperio de la ley se convirtió en una política prioritaria en la Ley de Asistencia Exterior de 1961. USAID sostiene que el imperio de la ley está estrechamente relacionado con todos los aspectos del desarrollo, por lo que es fundamental promover la democracia a nivel mundial.
El imperio de la ley fue, en su momento, crucial para el poder blando de EE. UU., un término acuñado por el cientista político Joseph Nye Jr. Él lo definía como la habilidad de un país para influenciar a otros mediante la convicción, en lugar de la coerción. Por años, EE. UU. obtuvo su autoridad moral en el escenario global en el poder del ejemplo. Las personas, en todo el mundo, generalmente prefieren vivir en libertad y expresar en qué aspectos quieren ser gobernados. Los dictadores lo saben. Caso contrario, no reprimirían el disentimiento ni perseguirían a sus oponentes políticos, como actualmente sucede en EE. UU.
En el contexto actual, EE. UU. no será capaz de mantenerse como un ejemplo creíble en torno a elecciones justas e imperio de la ley. Como el senador republicano de Arkansas, Tom Cotton, ha declarado, “si Nueva York fuese otro país, América lo hubiese sancionado por atacar a oponentes políticos”.
Los adversarios de EE. UU. utilizan los juicios contra Trump para arremeter al país en foros internacionales. El presidente ruso Vladimir Putin recientemente declaró: “su supuesto liderazgo en la esfera de la democracia se ha desvanecido”. Desafortunadamente, la guerra legal llevada a cabo en EE. UU. les da la razón a sus críticos.
Ningún individuo, dentro o fuera de casa, se cree la narrativa de que “nadie está sobre la ley”, promulgada por las élites políticas estadounidenses y los medios alineados. Todos saben que la ley se aplica severamente solo hacia un lado. Por esta razón, en respuesta al veredicto de culpabilidad, las donaciones para la campaña de Trump han despuntado. Al unirse a la red social TikTok, Trump alcanzó diez veces más seguidores que el presidente actual Joe Biden en un solo día. Estos logros políticos no hubiesen sido posibles si no fuera por los errores no forzados de la elite política gobernante. Resultaron ser desaciertos gigantescos que conllevaron a la pérdida de autoridad moral, tanto en casa como en el exterior.
Sea que estén a favor o en su contra, los estadounidenses y el mundo entero saben que Trump ha sido procesado penalmente solamente porque constituye una oposición política real hacia las élites de Washington D.C en funciones. La posición actual de EE. UU. no es buena, pues destruye cualquier pretensión de superioridad moral en el escenario global.
Esto presenta desafíos sustanciales a la política exterior estadounidense. El mundo sigue de cerca las noticias y los acontecimientos de EE. UU. Aquello fue un factor que alguna vez contribuyó a su poder blando. Ahora es lo opuesto. Las personas alrededor del mundo observan a Trump como víctima de un sistema de justicia politizado. Independientemente de sus opiniones acerca de Trump, el instinto de los actores políticos importantes alrededor del mundo los llevará a coaccionar el poder judicial en sus países para sus fines políticos, siguiendo el ejemplo de EE. UU. –exactamente lo opuesto de lo que tiene que lograr la política exterior de EE. UU–.
Una justicia politizada debilita el poder blando de EE. UU. y se contrapone a nuestros intereses estratégicos de largo plazo. En un futuro, EE. UU. va a tener que depender cada vez más del poder duro, justo cuando este factor se debilita. Es triste decirlo, pero EE. UU. ha desperdiciado la oportunidad que le ofrecía su tan alardeada hegemonía.
Imagen referencial: Trump todavía enfrenta numerosos cargos en distintas cortes del país. (Sebastián Díaz)