Uno puede estar a favor, en contra o simplemente no tener ninguna identificación, posición o ubicación sobre el gobierno actual y los que están en la otra vereda, porque no es exigible a nadie que se tenga que decir “yo apoyo”, “no apoyo”, “soy indiferente”.
Lo extraño de todo esto es que el presidente casual del Perú informal, sólo tenga como prioridad una tenebrosa obsesión compulsiva contra quien se ponga en su camino y para ese rol de enfrentamiento, cuenta con un aparato publicitario millonario que comprende medios de comunicación, algunos activistas de la academia, operadores de otros gobiernos y una gama bastante confusa de artistas de segundo plano, humoristas caídos en poca audiencia, algún que otro deportista -pero no precisamente un ídolo del deporte-, y tal vez, hasta un miembro de la iglesia.
El gobierno se ha enfrascado en su mini agenda de peleas y odios que lleva a exponer esas irritaciones si es posible, en la Asamblea General de la ONU, en la inauguración de algún evento o en la suerte de esas entrevistas periodísticas acomodadas para su beneplácito.
Mientras tanto, todos los indicadores están en retroceso, en lo económico, social, cultural ni qué decir en lo humano, ya que ningún programa social está siendo efectivo, contundente, ejemplar en sus logros para justamente, no seguir retrocediendo.
No se puede gobernar buscando a quien darle un golpe, cuando ya se lo diste al país irrumpiendo contra el orden constitucional.