Si las izquierdas no se reinventan adecuadamente, seguirán cambiando de nombres y apellidos, pero la máscara y el alma podrida seguirán siendo las mismas, una sola imagen de odio y resentimiento, un solo destino para el crimen político, la corrupción y la impunidad. Los que gritaban acusando siempre, resultaron su propia pesadilla, por hambre de poder y por ambición de dinero mal habido. Y ese resultado que permanece en el tiempo, es lo único que distingue el mal de las izquierdas: la enorme suciedad política de sus partidarios o seudo dirigentes, la inmoralidad permanente, el rencor por envidia, las vendettas y alquiler a quien sea, con tal de seguir intentando esquilmar las arcas públicas, desde una pequeña municipalidad, un gobierno regional, entidades públicas, en una embajada, organismo supervisor o desde cualquier ministerio. Sus formas de ser y existir dependen del delito.
Y ese delito abarca el ámbito de lo privado por supuesto, porque desde algunas oenegés o medios de prensa que se “ofrecen a cambio de” (dinero), maquinan operativos sicosociales, inventan “muchas” nuevas verdades que son viejas mentiras, compran voces y maquillan rostros, explotan incautos e ingenuos, empujan a perder la vida a otros tantos y luego, a los familiares los convencen de “ser parte de” una nuevas forma de conseguir dinero en base a lágrimas de herederos que las canalizan los voceros de las oenegés, en otra forma adicional de explotación de los más pobres y vulnerables.
Sin embargo, gracias a las redes sociales la ciudadanía fue despertando progresivamente y enfrentando a cada oenegé, a cada medio perverso de las izquierdas, a cada opinólogo que se engomina en la televisión o en una radioemisora para insultar, mentir o sembrar en base a la hipocresía sus nuevos discursos de odio. Por eso se ve que también fracasan los izquierdistas de la maldad, los guionistas sinvergüenzas de antiguas telenovelas de asco, degradación y repulsión que cobraban a manos llenas en gobiernos abusivos que hoy no recuerdan que les pagaban millones por hipnotizar al pueblo que no tenía otra porquería que ver. Pero con la llegada de internet, con al advenimiento de las páginas web y la diversidad de amplias redes sociales y formas inteligentes de encontrar información y explicaciones a lo que sucede en el mundo, la reacción ciudadana ha identificado y respondido con energía y tenacidad a las izquierdas que han caído en su propia miseria moral y humana, gracias a Dios.
Es así que ante una nueva marcha del odio que se supone que era “la de la caída de Dina” -pero que en realidad es otra de decenas de intentos violentos de convulsión social contra el país y la frágil democracia que subsiste-, siguió hundiéndose esa barcaza de piratas de la Democracia y asesinos de la Libertad.
La izquierda, las izquierdas, se siguen extinguiendo y esa agonía tiene y debe de ser más lenta, para que se vean en el espejo de su triste, espantosa y horrorosa traición al pueblo que jamás defendieron y jamás representaron ni representarán.