Estoy recorriendo Guatemala calle a calle, los campos y mercados, hablando y viendo a familias y rostros con esperanza, pero algo triste se siente en el fondo de cada persona y eso me preocupa por un lado y me da aliento en otro sentido porque los guatemaltecos deben y tienen que escuchar más allá de sus propias aficiones, ilusiones, fantasías y errores históricos. Se trata de verse a sí mismos en el potencial que Dios les ha dado y no en el que los políticos les han ido quitando, con la siembra tenebrosa de la imposibilidad, con la contaminación miserable de la indiferencia.
Los guatemaltecos ilustrados y educados “deben dejar de estar” permanentemente en la comodidad del alejamiento y el asco que da la condición de la militancia y el activismo político, para asumir enérgicamente la misión del combate por una mejor construcción democrática, por una mayor edificación libertaria. Tienen que integrarse y unirse al esfuerzo nacional que todos reclaman por un mejor país y en esa tarea, limpiarse de diferencias y dejar de lado el histriónico protagonismo de los auto encumbrados y predestinados -a sí mismo- como presidenciables, gentes a quienes nadie les reconoce mérito alguno ahora, pero que, con un poco de dinero, tal vez un apellido de antaño o ser descendiente de alguien, les cae a pelo hacerse un póster de “vota por mí”.
No es posible, es injusto y traicionero hacia el pueblo, que se formen y reconozcan legalmente “partidos o movimientos inventados sólo para las elecciones” en vez de construirse instituciones para el gobierno ciudadano, con ideas y propuestas, representando las voces de todos, los rostros de muchos. Es ese y no otro el sentido de la participación en política, para combatir y derrotar a los políticos y sus tradiciones morbosas.
Se crean e inventan colectivos políticos que engañan y engatusan secuencialmente al ciudadano, para que cuando se ocupe el poder, los olviden y vuelvan los mismos rostros de siempre a dominar la libertad, a proscribir la democracia y aniquilar la justicia.
No se dan cuenta o no quieren aceptar los guatemaltecos que una nación no se yergue en el silencio, no crece en la indiferencia, no evoluciona en la maldad. Guatemala ha estado por mucho tiempo bajo el silencio, la indiferencia y la maldad de pequeños cárteles de la política nacional e internacional, una mezcla explosiva y perniciosa que lucra con los derechos humanos y entierra las aspiraciones de los jóvenes, los campesinos, obreros, maestros, trabajadores independientes, emprendedores y mujeres, ancianos y cada persona que quiere únicamente dar el salto seguro al progreso y al desarrollo que el Estado les impide conseguir.
La inmensidad de oportunidades que los jóvenes deben impulsar es la principal razón de lucha que está en el aire que se respira. No se trata de reemplazos generacionales, no se trata tampoco de exclusiones buscadas en detalles o poses de dominio. Guatemala tiene una clase media muy delgada que sufre la presión en ambos extremos de su ascenso y riesgoso retroceso. Guatemala necesita una clase media robusta, poderosa, exigente, reclamante, con su propio espacio de vocera del más maravilloso sentimiento y sentido aspiracional.
Ponerle ganas a la Libertad es sencillo: los mejores deben demostrarlo, con orgullo, sensatez y tenacidad. De eso se trata, de hacer lo que se debe, de evitar lo que daña, de impedir que la ignorancia y la maldad sigan destruyendo tantas esperanzas y demasiadas oportunidades para todos.
No debe haber izquierda merodeando el progreso, contradiciendo los valores de la Patria y la bandera que distingue y une a las familias de tantos rincones hermosos, en una extraordinaria tierra de emprendedores.
Es y será una extendida clase media guatemalteca la que tendrá el gran reto de derrotar la ignorancia que somete su destino, para así poder trabajar y dejar trabajar, para que así ningún gobierno robe o deje robar, para que la esperanza sea una realidad y finalmente, para la conquista de Guatemala por los guatemaltecos.