Los secretos ya no existen, los errores se hacen evidentes, las traiciones son más de lo mismo, como ese cuento de las revoluciones en favor de los pobres y luego, más pobres todavía, más esclavos aún, bajo el nuevo dominio de aquellos a quienes apoyaron para reemplazar a los que los “explotaban”, eso decían. Una historia que se repite una y otra vez, haciendo de eso que se llama “la política” el sinónimo de todo lo malo, pernicioso y letal contra la humanidad. Así de terrible resulta todo esto.
Pero claro que algunos o más de algunos siguen mirando de costado, indiferentes por esencia y práctica, por ausencia de razonamiento y tiempo para pensar, porque no les cuesta nada el dolor ajeno y no les hiere nada la mirada del sufrimiento de millones que no pueden hablar o protestar. Porque así estamos, aplastados por la sinrazón, dominados por el silencio, ausentes de rebeldía. Nos hemos convertido en los “no ciudadanos”.
Y ante esa aceptación de la incertidumbre como costumbre, haciendo normal y natural la dominación de los ignorantes que ocupan el poder y ejercen las presiones, salen voces de “cambio” que no es que quieran cambiar lo que sucede, sino ocupar el lugar de los imbéciles, porque ese es su nivel de reemplazo. ¿Es eso posible? Lo vemos a diario, pero no es lo peor, siempre hay algo muchísimo peor, como las izquierdas del odio, que se superan en los extremos y en la decadencia.
Sin líderes, sin dirigentes, con las mismas caras tristes y de odio, sembradas de arrugas hechas al resentimiento, los de las izquierdas ya no saben qué hacer para convocar alguna masa que los siga y salga a las calles. Las izquierdas no movilizan porque se les ha descubierto sus manejos de dinero sucio, sus usos y costumbres de las donaciones que terminan en hoteles de lujo, borracheras, noches de aspirar polvos dañinos, colocarse inyecciones y pastillas de “valor moral y discurso popular” que no prende, que no enciende, que no cautiva y les hace volver al vicio de ser como son, nada.
Y además, en las redes sociales están a la vista sus guionistas, teatreros y bandoleros de la agresión escrita que tampoco prende y causa burla hacia ellos mismos. Son los eternos vividores del presupuesto público que con el procesado Vizcarra (a) “Lagarto”, responsable de centenares de miles de fallecidos en la pandemia, lo idólatran porque les pagaban de nuestros impuestos, para elogiarlo y volverlo un símbolo de culto, un “casi héroe”, o como escribían algunas sirvientes y serviles en el decano de la prensa: “El padre que todos quieren tener” (absurdo). A eso llegamos en el Perú y lo permitimos, porque las izquierdas dominaban los medios y hacían de la manipulación constante el arma de su dominio en las mentes de muchos.
Hoy eso ha cambiado y se ha tornado en silencio temporal y rebelión en marcha. La rebelión de las clases medias, la rebelión de los pobres que quieren progresar, de los trabajadores no sindicalizados que quieren estabilidad y dignidad, de los Maestros no huelguistas que quieren enseñar y educar, de los campesinos que no bloquean carreteras ni incendian cosechas, la de los estudiantes que quieren estudiar y ser los mejores.
Ese Perú que convirtieron en un témpano, hoy se enciende cada vez más para rebelarse contra las izquierdas del odio y desaparecerlas, pero como debe de ser, con la razón, con la verdad. Lo vamos a lograr. La derecha lo tiene que hacer.