Una opinión se construye en base a lo que una escucha, lee y ve en el comportamiento y las actitudes de otras personas que, siendo públicas, hacen de su andar un mal ejemplo cada día. En este sentido, he revisado las declaraciones de una larga lista de aquellas que se dicen “dirigentas” y “lideresas” de más de cincuenta grupos políticos de las izquierdas del odio, agrupaciones de 20 y tal vez 80 personas como máximo, en las que cada una dice representar a millones de electores y colectivos, pero al final de cada jornada ciudadana, no se representan ni a sí mismas y deben volver a fundar y a refundir sus marcas comerciales, las de la frustración y el fracaso.
El caso patético de Verónika Mendoza -sindicada en alguna ocasión como la señora “k” por su nombre con “k” y su cercanía y dependencia de Nadine Heredia, vinculada al caso Odebrecht- es de antología. Dispuesta a perder, se empecina en la derrota y hace gala de sus limitaciones y ambiciones con discursos violentos llamando a la unidad, algo muy contradictorio, pero que evidencia el destino final: perdedora.
En su mismo nivel intelectual y agresivo se ubican la señora Huillca -de triste recuerdo como congresista al no haber hecho nada trascendente-, Bazán -que hasta ahora no aclara lo de sus inmuebles a precio inexplicable y recursos poco verificados en su procedencia-, Pablo -que tiene un extraño apego familiar al dinero público, las asesorías y consultoría que han arruinado al país-, Paredes -a quien se le recuerda con marcada cólera por el terrible maltrato a humildes vendedoras ambulantes del centro de Lima, cuando era socia política de la convicta Villarán-, Montenegro -de cuyo pasado sería inútil añadir más en su detrimento-, y como esas señoras a quienes no se les conoce obra positiva alguna, creación intelectual propia, iniciativas de alcance nacional, ejemplos de vida y de ejercicio profesional, sus gritos y alaridos son el logotipo de sus campañas políticas.
El Perú no merece más daño desde las izquierdas del odio, donde no existe lo femenino sino lo agresivo, donde la dignidad desaparece por la evolución de la lucha de clases.
Ni un voto más, para las mismas de siempre.