Lo que en algún momento fue una especie de moda o sensación que “algo nuevo está por venir”, resultó siendo lo mismo de siempre: una manifiesta forma egoísta y negociadora de ver cómo se meten en la política nacional permanentemente, los que han estado en algún momento viviendo del Estado, sea por favores de grupos, amigos o familiares en el poder o por iniciativas privadas inconsistentes e insostenibles, para servirse de los fondos públicos.
La necesidad de dinero, lujos y beneficios fuera de lo natural es una especie de mal peruano que se lleva en el ADN burocrático de gentes que siendo de una clase media en bancarrota, pretenden bienes, remuneraciones y cargos de gobiernos nacional, regional o local, por encima de sus dotes profesionales, las que claramente, no les dan para vivir y menos para subsistir. Por eso, los que están acostumbrados a colegios privados, clínicas privadas, clubes privados y distritos diferentes a los de las masas (como que también “territorios casi privados”), se mueven muy rápido para infiltrarse como sea en diferentes escalas gubernamentales y así, con sueldos muy por encima de los mortales funcionarios de carrera, intercambiarse años de años cargos públicos (asesorías, consultorías, ministerios, viceministerios, directorios, puestos de supervisión, embajadas). Esos que ya casi no existen-, reciben siempre la mayor cantidad de prebendas, becas, viajes, viáticos, ropa, calzado, autos, teléfonos, computadoras y medallas que se dan unos a otros en esta suerte de apartheid estatal donde solo llegan o subsisten los de las izquierdas del odio.
Es común que fracasados escolares de clase alta y clase media y los peores estudiantes universitarios de dichas procedencias, con alguna tara, complejo o resentimiento social, se coloquen o los coloquen en ministerios, embajadas, consulados, municipalidades, organismos internacionales y oenegés asociadas, ya sea por sus apellidos o por su activismo y militancia extremista, para hacerse una caja financiera inicial, con el dinero de los más pobres. Ningún apellido es Quispe, Pérez, González o Ramírez. Abundan los de sonido italiano, francés, alemán, español y hasta inglés, pero cada uno, perdido en su pobreza y deshonestidad intelectual. No suenan, no tienen eco, son fracasados desesperados por llegar al Estado y no salir de allí.
En esta suerte de historia de los mal habidos, los morados son los más pérfidos y delictivos, resucitando cadáveres de frustrados y escandalizados ponentes y conferencistas de reuniones financiadas por organismos internacionales, donde se acumulan muchos como ellos: fracasados en abundancia. Repiten temas que a nadie impactan y que a nadie ayudan, salvo a sus billeteras y consultorías, junto a la academia en crisis que inunda américa latina.
De morados, pasan a otros colores y complejos de donde se reciclan. Se hacen amarillos, rosados, violetas, pero nunca se reconocen lo que son; rojos hipócritas, izquierdistas del mal.
Lo único claro y denunciado, es que quieren volver al poder, con Boluarte como con Castillo, con Sagasti como con Vizcarra, con PPK como con Humala y con Toledo, con quien sea y como sea, pero no lo podemos permitir porque estamos en la hora que Boluarte es “algo mejor que lo peor que fue Castillo” pero sigue siendo de la misma izquierda miserable, incompetente, extremista y acomplejada que le ha hecho y le hace mucho daño al Perú.
El país reclama unidad de las personas que no han estado en el Estado, para hacer la nueva revolución, la de la Libertad, donde se ponen soluciones privadas a problemas públicos y donde ni un solo sirviente de las izquierdas debe ocupar un puesto en el poder nacional regional o local.