A la vista, se les sale el odio, a la escucha, se les reconoce el resentimiento y quizás, me pongo a analizar cada frase que voy tratando de entender, quizás es como si en sus casas -porque carecen de hogares-, fuera la vida misma la que las ha llevado o los ha llevado a tal grado de incapacidad humana y carencia de sensibilidad, que reaccionan contra lo que otros ven como esperanza, oportunidad y felicidad.
Son los y las caviares, una especie que va en camino de extinción y que nació del odio social y del veneno autoimpuesto por el fracaso frente a otros. Son caviares de zonas algo acomodadas, son una especie de clase media baja que se cree más, por no estar en menor condición económica y residencial por ahora, pero que viene de escuelas privadas y universidades del mismo privilegio por esfuerzo de sus padres, pero que siente como que hay que ser renegados frente a otros.
Son “choleadores hacia abajo” y “críticos repulsivos hacia arriba” cuando les conviene, porque de lo contrario, con “alabaciones” propias de ayayeros nada disimulados, se ofrecen sumisas para conseguir prebendas en el Estado, ya que en la actividad privada les es casi imposible.
Se dicen de apellidos extranjeros en su origen y continuidad y no nacionales, mal escritos o feos al escucharlos, haciendo una mueca de asco si eres de casualidad un Quispe, Tumialán, Carhuamaca o Mamani (por su españolizado apellido, el de ellos, eso se dicen a sí mismos, no se mezclan con “otros” ni con aire contaminado), Como si un linaje que nadie les reconoce, fuera su “marca” personal superior a otros connacionales. O sea que asquean como si fueran a escupirte un odio salival. Así son y luego se hacen los solidarios, los “me identifico con ellos, pero en mi casa no, eso no”.
Así, una grasosa con polo Barbie y cartera DG, aromatizada Dior y empolvada Channel, con Iphone de segunda y bufanda francesa de Polvos Rosados -fabricada en Gamarra-, mira de costado en las calles y mercados (aunque con sus pinkis dice que nunca, jamás pisa un mercado) y la vemos pañuelo en la cabeza, lentes oscuros y chancletas, en el Mercado de Magdalena pidiendo yapa por el perejil y la albahaca, antes de subir al microbús que la regresa a la frontera de Chorrillos con Barranco, a Jesús María o adonde sea que vive, incómoda de su ser y existir.
Los caviares se dedican al odio y no salen de sus escombros, limitados por ver a otros con rencor y miserable maldad. Las caviares, esas son peores, se dedican en las redes a provocarte, para que les respondas. Pero ya nadie les hace caso y eso, las irrita, se ponen histéricas, maldicen, tragan su miseria y engordan más, se afean más.
Gentes que parecen educadas e instruídas, golpeadas física o verbalmente por el marido, ninguneadas por sus parejas, inapetecibles, esas son las que en redes dicen no ser lo que son y se hunden cada vez más en su soledad caviar.
Aviso final: pronto tendrán un pasaje, en el tren al sol, a ver si se recuperan, quizás, algún día.
Aurevoir.