Un nuevo verbo se conjuga en la esquina del fracaso, en la tienda caviar, la de la fantasía progre: “enlodar” como sea, por lo que sea, cuando sea, “a quien no nos represente como nosotres”, es decir, a cualquiera que no pertenezca a la mafia de la bufanda verde, de las chalinas de la corrupción, del convento de las machonas y los transformers que dicen ser lo que no son (negación anticipada), para manipular, en otro extremo, la destrucción progresiva de valores en la sociedad que sobrevive, luchando, a las izquierdas del odio.
“Soy mujer” dice con su ronca voz y rostro maquillado en exceso, como para que se vea ese rostro deformado, alguien que dice que es mujer porque se viste de mujer, pero cuyo cuerpo es de un hombre, cuya fuerza es de un hombre, cuyos órganos reproductores son los de un hombre, porque, al fin y al cabo, es y será siempre un hombre y no una mujer. Pero vaya usted a decirle que es hombre y no mujer, para que le salte la jauría rabiosa de las feministas, las periodistas guaripoleras y mermeleras, los engreídos de la planilla estatal vía “contratos temporales” y los troles de las izquierdas del odio, aquellos que son, como fueron, pagados por la mafia vizcarrista para atacar y ensuciar honras, mientras sobrevivíamos a la matanza de más de doscientos mil peruanos que fueron condenados a un tristísimo sufrimiento y final, por orden de la más terrible organización criminal que ha usado la política como instrumento de corrupción, muerte e impunidad en el país.
Dígale “machona” como respuesta, a quien le dice a usted “facho” y de seguro lo denuncian a usted ante la CIDH mientras sus cientos de oenegés piratas le hacen ataques vía insultos en redes y le fabrican antecedentes falsos, le ensucian ante su trabajo o universidad e inclusive, usan espacios en medios virtuales y de señal abierta para denunciarlo como “agresor”.
Esa es la forma de batallar desde las izquierdas del odio, porque antes uno se quedaba callado, pero ahora no y eso, les jode enormemente a las acomplejadas víboras que se sientan por horas de horas en el “estarbacs” o en la “san Antonio” para chismosear mientras se atoran con una sola taza de café y miran a cada lado, criticando todo, fijándose en los zapatos, carteras, celulares, formas de caminar, en todo lo que ellas no son: éxito, belleza, elegancia, sencillez, urbanidad, humanidad.
Así las vi esta semana, mientras sus maridos salen de “meeting a meeting” en algún hostal o burdel. Así las vi en el aeropuerto mientras a escondidas se iba la hija de alguien, de esa especie sucia y horrenda del odio, agachada en una gorra y lentes oscuros, ataviada como un ser bien raro, con su pareja, ellas dos ahombradas, a algún lejano destino para que “mami y papi” de la sociedad caviar, del himno progre, lean Bien: “No se avergüencen más”.
O sea, no les funciona a los y las progres, caviares y moradas amarilladas eso de los géneros y la larga composición LGTBIQLQQD+/- porque sacan a sus familiares del país, los eliminan de la carátula de la sociedad “inundada de cholos”, como hablan así siempre, menos en las redes, donde y desde donde son pecho social, ja, mentira e hipocresía.
La butaca platinum para ellas y elles, para esos y esas que, a un lado, en sus casas cholean, regordean a otros, menosprecian a muchos y se agarran a patadas de matrimonio hipócrita con sus maridos que ni las tocan y ellas, que ni saben lo que es amar y ser amadas, esa butaca platinum está apolillada, sucia, vetusta, apiojada y con olor a la soledad que cría resentimientos, más odios, más progrería (y porquería).
Una pena cuando hablan de que cualquier cochinada es familia y ahora lo entiendo más, cuando en sus casas solo subsiste un contrato del registro civil y no el amor de una Familia de verdad, que se acompaña, que se ayuda, que se entiende y lucha por la felicidad.