Una vuelta por las librerías limeñas pone a los ojos del lector una buena cantidad de títulos vinculados al estoicismo. Volver a los estoicos, no solo para leerlos, sino para aprender un arte de vivir como anclaje para mantener estabilidad y equilibrio en medio de las aguas agitadas por las que transitamos en la vida. Una buena lectura es Estoicismo. Una introducción a la filosofía del arte de vivir (Paidós, 2023) de John Sellars, filósofo inglés, gran conocedor de esta filosofía y su práctica. ¿De qué va el estoicismo? Sellars lo señala: “los estoicos mantienen una ontología materialista en la que Dios impregna el cosmos entero como una fuerza material. Sostenían que la virtud por sí sola es suficiente para la felicidad y que los bienes y circunstancias externos son irrelevantes (…). Las emociones serían productos de juicios erróneos y podrían erradicarse con terapias cognitivas. El resultado sería el sabio estoico, “perfectamente racional, desprovisto de emociones, indiferente a sus circunstancias” (cfr. p. 23).
Un programa atractivo en estos tiempos en los que corremos de un lado para otro, saltando entre escollos y sustos en el camino. Zenón (330 a. C) es el fundador de esta escuela. Tiene influencia de Sócrates y, también, de los cínicos de los que toma la idea de “vivir conforme a la naturaleza”, un principio cultivado por los estoicos griegos y los posteriores latinos. De los griegos (Crisipo, Panecio, Posidonio) se conservan muy pocos textos. Sabemos más los posteriores (Séneca, Cornuto, Epicteto, Marco Aurelio) de quienes se conservan y se siguen publicando sus libros. Estos últimos cultivaron, particularmente, la dimensión ética de esta escuela. La lógica y la física aparece, más bien, en la primera stoa.
El ideal estoico busca pensar bien para vivir mejor. Dirá Séneca que la filosofía “no se funda en las palabras, sino en las obras. Ni se emplea para que transcurra el día con algún entretenimiento: configura y modela el espíritu, ordena la vida, rige las acciones, muestra lo que se debe hacer y lo que se debe omitir” (p. 59). El médico del alma es el mismo interesado, “todos debemos dominar por nosotros mismos el arte de cuidar sí mismo” (p. 62). Una filosofía entendida, pues, como el arte de curar el alma de tal manera que se pueda transformar la vida transformando las disposiciones habituales del alma (cfr. p. 63). Todo un ideal de vida, nada más y nada menos.
De esta manera partiendo de la teoría de la oikeiosis (autopreservación) los individuos asignamos valor a las cosas. “Calificamos como bueno aquello que favorece nuestra constitución y llamamos malo aquello que la perjudica”. Para los seres racionales no bastan los bienes materiales, se requiere, también, de los bienes que cuiden del alma (cfr. pp. 148-149). A este orden de cosas pertenecen las virtudes por antonomasia. Los otros bienes como la salud y las riquezas no son intrínsecamente buenos, dado que pueden emplearse para fines malos (cfr. p. 151). Estas cosas externas por muy seductoras que sean no garantizan la felicidad. De aquí se deriva una regla práctica dada por Epicteto: “Dependen de nosotros nuestras opiniones, deseos y acciones; todo lo demás -cuerpo, posesiones, reputación- no depende de nosotros. Luego, deberíamos centrar la atención en lo que depende de nosotros” (cfr. p. 154). Un buen razonamiento acabaría con las emociones tóxicas.
Afirma Sellars que la posición estoica podría resumirse como “si quieres ser feliz y vivir bien, deberías intentar ser virtuoso”. Razonamiento correcto y voluntad fuerte, en donde la razón es la que lleva la batuta. Por tiempos de un marcado emotivismo, la posición estoica -sin ser la panacea de todos los males- es un buen contrapeso.