Hablar de lo que vemos entre extraño y repudiable -como fieles de la Iglesia-, es muchas veces doloroso porque existen numerosas escalas de alarma, estados de cólera, momentos de indignación, protesta, vergüenza y muchas otras definiciones que no nos deberían alcanzar como pueblo de Dios, pero que ciertamente nos afectan al ser en este caso nosotros, fervientes católicos que estamos asombrados cuando el pecado o la inclinación al mismo es la enseña de algunos pastores, cuando la ideología se presenta como discurso en el pulpito y cuando el comportamiento es la antesala del abuso o un sinónimo del delito. Eso ha ocurrido, ocurre y rezamos porque no ocurra más, porque la misma Biblia nos da anuncios que debemos advertir y para los cuales debemos estar preparados.
Ocurre que, en el ámbito de la realidad actual, la Iglesia peruana ha pasado de tener una posición de servicio a los fieles a convertirse en una especie de centro de captación de dinero para fines impropios, ordenados por quien es ahora arzobispo, desnaturalizando sus funciones y responsabilidades. El primado de la Iglesia, Monseñor Castillo, hoy Cardenal, ha iniciado sus labores en el cargo concedido por el Papa Francisco, con una triple e impropia estrategia “no cardenalicia”: (1) Es un activista político a favor de las izquierdas del odio (2) Se aleja de la función pastoral que imprime la Doctrina (3) Recurre a imposiciones sobre las Parroquias para obtener cuotas de dinero. ¿Es esta la imagen que construye hoy la opinión de los fieles en general? Lamentablemente es así, pero no construye, sino que destruye; no une, sino que divide.
Nunca en la historia cardenalicia del país, un Pastor de la Iglesia ha sido tan poco católico en su integridad (mensaje, actitud, palabra, cercanía y carisma).
Nos asombra el gusto por imposición sobre las Parroquias para financiar un obsequio a sí mismo, nos asombra el uso irregular y anti cristiano de la Casa del Señor. Nos asombra el silencio sacerdotal cuando sube al púlpito y no le habla a la feligresía, sino a los medios de desinformación que lo animan a enfrentarse sin ideas, sin propuestas, sin ofrecer opciones ante lo que podría, de repente, ser criticable en la sociedad, pero viendo siempre hacia adentro de donde él procede, sino, se trata de una falsa humildad porque carece de sensatez.
La Iglesia no es el partido político de poses marxistas y lenguaje progre-caviar que le gusta tanto al Cardenal Castillo; la Iglesia no es su feudo, ni su trampolín. Es por ello rescatable que los católicos no se callen y se dirijan a un llamado de atención al Cardenal que mal comienza y se proyecta peor, haciendo de la oración y la opinión, dos elementos de convicción impenetrables por los desatinos y desvaríos del señor arzobispo y Cardenal.