Se lamentan en secreto, se hieren públicamente, son las izquierdas que de tanto esparcir odios, lo asumen como su práctica diaria, entre ellos y ellas, porque a los ciudadanos no les interesa escuchar estupideces ni tonterías que se usan para incentivar el resentimiento que es la única neurona que llevan los desertores de la libertad, los piratas de la democracia, los verdugos de la sociedad.
Es evidente que de tanto odiar, de tanto querer que la ira se imponga como práctica de vida, ese daño se vuelva propio de los que lo promueven. Están, son odio e ira en cada parte de sus palabras, pensamientos y esperanzas que paradójicamente, no esperan nada bueno ni van hacia algo positivo.
¿Qué puede lograr alguien que se levanta cada mañana angustiado por saber si se murió su oponente político al que sólo le desea que desaparezca asesinado o como dicen ajusticiado, como cada día lo reclama a su dios de la violencia, a su oenegé que está manipulando la justicia y los medios de comunicación que se hacen eco de esos mensajes y cobardes anhelos?
¿Qué quiere un hombre o una mujer que se desespera por tener leyes que garanticen la matanza de niños por nacer, la muerte de un anciano enfermo o el fin de una familia, para sustituir la esperanza, la solidaridad, la lucha por la vida y la Fe, reemplazándolas por el aborto, la eutanasia, el divorcio y la negación de lo humano?
¿Qué sentido aspiracional podría concebirse en la mente de quienes envidian y recelan del éxito, del esfuerzo y el talento de otras personas? Las limitaciones por odio, la arrogancia por odio, la vanidad por odio.
Los que odian tanto, llevan además, una especie de no me muevo, no estudio, no trabajo más, no ahorro, todo es un “no” para que los beneficien sin trabajar, sin estudiar, sin mover los brazos ni usar la mente.
Es el mundo gratuito de los ociosos marxistas, de los caviares, de los progres y de los subversivos que quieren todo a costa de los demás, sin hacer nada. Y esto les nace con su enfermizo fanatismo, con su militancia violenta y agresiva, con su activismo sangriento, donde los que mueren siempre son los ingenuos, empujados por los imbéciles llamados dirigentes, líderes o voceros de la izquierda del odio.
Como no existe un solo partido político de izquierda que muestre o demuestre tener propuestas sostenibles en el tiempo, para lograr el progreso y desarrollo del país, hoy ven “cómo crear debate” pero sin sentido. Se fijan en como se viste uno, qué forma de hablar tiene alguien, dónde vives o estudias, en qué trabajas, qué lees… y como no les hacemos caso, se encienden más, y como entre ellos se critican por que nadie de ellos logra prender la mecha de la “revolución”, se siguen yendo al hoyo de donde nunca más deben de salir. Así es.