Los fracasos, en las izquierdas, se han ido multiplicando como sus desaciertos e incongruencias, en una forma de acumulación de desperdicios “intelectuales” que solamente representan sus temores, ignorancia y acceso a la era de violencia que tratan de impulsar como sea, donde sea y cuando sea. Es que el resentimiento es enorme y les lleva a cada instante a atacar, inventar mentiras, crear escenarios falsos, mostrarse como fuente de argumentos y en esa carrera alocada y desesperada, como ven que no tienen eco ni causan atracción, recurren a victimizarse en cualquier sentido, autoinfringiéndose heridas y lamentos, siendo o queriendo ser centro de las atenciones, siendo en verdad el centro de las decepciones, el cementerio de sus angustias y lamentos, bajo las eternas lápidas del marxismo que ya no quieren “usar como bandera y revolución” porque se avergüenzan de sus orígenes extremistas.
Se atacan entre sí, los de las izquierdas del odio -progres, caviares, morados, amarillos, senderistas, oenegistas-, como siempre pero peor. Se cambian hipócritamente de partidos como de ansias de poder, son tránsfugas en permanente actividad de salto hacia atrás. La teoría y práctica es golpearse, negarse y negarlo todo y por eso, ya no les creen como antes los de antes, los siempre engañados o acostumbrados al discurso “ese” que dice pueblo pero para engañar, porque debería ser “nuestra gente, nuestros militantes, nuestros camaradas para succionar la sangre del pueblo que siempre estafamos y condenamos a morir”. Es un corralón de acuchillamientos el embudo del odio por el socialismo.
Pero ¿tanto tiempo ha debido pasar para que los ciudadanos ya no les tengan confianza ni credibilidad alguna a los múltiples rostros del fanatismo de las izquierdas? Es verdad y es porque los peruanos somos algo así como complacientes esperando que los imbéciles lleguen a darse cuenta de su estado crítico y reflexionen en su realidad. Los peruanos perdonamos mucho, demasiado, tenemos compasión por los ignorantes y truhanes de la política aunque vengan vanidosos de su reinado de estupideces.
El triste camino de las izquierdas del odio, todas ellas llenas de frustraciones, es ahora un sendero “no luminoso”, sin agenda, sin discursos de pertenencia, carentes de realidad y ausentes de verdad, porque son ventiladores de odios y envidias, núcleos diversos de acomplejamientos y recelos manifiestos. Bien decía un viejo periodista: “si se matan entre sí, si se quitan el pan expropiado al pobre de sus propias bocas, si cambian de maquillaje en cada elección y si dicen que otros protesten y se mueran, que otros salgan, que los más pobres estén en la vereda de la violencia, es porque los cobardes de las izquierdas ya no tienen nada que ofrecer, al haberse gastado todo lo que pudieron robar al mentir y al matar con sus odios”.
Que las izquierdas del odio no sigan matando peruanos, que les llegue a ellas, su final.