Que las izquierdas ya no se hacen llamar comunistas ni socialistas, es tan cierto como el negarse a proceder de las canteras oscuras del marxismo leninismo y peor, del extremo fanatismo desarrollado en el maoísmo y toda forma de radicalismos que llevaban antes, a gritar la guerra popular del campo a la ciudad o aberraciones como “si el problema es el poder, el poder nace del fusil”. Lo que sucede es que los pequeño burgueses, los asalariados y los burócratas eternos del lado violento de la política, han aprendido a jugar maliciosamente en las andamios de la democracia, que frágil y débil en todo el mundo, se ha convertido en un juego de negocios turbios, donde se mantienen elecciones y algunos espacios de imaginación colectiva o supuesta participación ciudadana, pero no se trata de un sistema de gobierno y acuerdos que tienen en el diálogo y la concertación una de sus piezas clave, sino que son teatros del absurdo y el engaño a la gente, para que el circo montado se llame Congreso y el cadalso asuma otros nombres antiguos que dejan de existir como eje de garantías y derechos, como puede ser el Poder Judicial.
Lo que fue, dejó de ser progresivamente -en esencia- y se transformó en lo que vemos que es, un desastre y no “instituciones”. Por eso, las acciones de las izquierdas son en rumbo distinto al de tiempos pasados, siendo el sendero o camino la desinstitucionalización, el desprestigio de las columnas del Estado, el menosprecio de los poderes públicos, la mirada desconfiada sobre los dirigentes de la sociedad y al final de todo, devenir en una inyección mental de búsqueda de “lo nuevo”, de reemplazo por lo nuevo “actual” que proviene de lo “viejo de siempre”, es decir, del marxismo convertido en progresismo (muy bien encarnado en lo caviar).
Es por ello que cuando los marxistas del siglo XXI se convierten en políticos, afloran en su arte delictivo y se hacen parecer demócratas, para infiltrar su mala hierba dentro del Estado y derrumbarlo (recuerden, metiendo desprestigio, menosprecio, desconfianza, rechazo y reemplazo).
Una de esas formas delincuenciales propias de las izquierdas y sus alfiles del odio, en el Congreso o gobiernos regionales y locales, es la del impulso de normas con rostro “humano”, con las cuales facilitan negocios turbios de sus allegados y de sus patrones. Claro ejemplo es lo que se ha descubierto en una parlamentaria que anida por decenas de partidos y grupos puramente electoreros. Lo que ha hecho -ha sido otra vez descubierta-, al revelarse una ley que favorece a su entorno o nueva forma de “familia”, donde el género se usa como trampolín y el billete como almohada, es promover una ley que bajo el pretexto de atender necesidades alimentarias de los más pobres, para favorecer el negocio de su dormitorio, de su catre, de su intimidad y pareja.
Las izquierdas mercantilistas y violentas reemplazan su mito “revolucionario”, su alforja con Odebrecht, yendo por el rumbo de la plata fácil, la del Estado. En resumen, es noticia casi diaria la promoción de los sinvergüenzas del marxismo, por impulsar leyes con nombre propio, para favorecer sus negocios privados.