Es mentira cuando se dice que hay libertad y en realidad no la hay. Quienes están bajo el efecto del “síndrome de Estocolmo” parece que son libres y no lo son.
Hay personas, en los distintos ambientes del mundo, que tienen una mentalidad impositiva, creen que respetan la libertad de los demás y tienen a la gente encorsetada. Ellos dicen que en sus empresas, o instituciones educativas (colegios, institutos, universidades), los empleados y los alumnos son libres y que por lo tanto asisten voluntariamente a las actividades que ellos organizan; y luego resulta que, cuando se conoce más a fondo la realidad, no era lo que ellos afirmaban.
No son pocas las personas, que sin darse cuenta, tienen una mentalidad “mesiánica” ó “iluminista” y un modo de enfocar las cosas tremendamente impositivo.
Esas personas, sin tener mayor advertencia a la actitud dictatorial que poseen en su conducta, buscan que se hagan las cosas como ellos quieren. Les parece que tiene que ser así, se sienten llamados a imponer algo, diciendo “como debe ser” o “cómo debe hacerse” sin percibir la fuerte inclinación a la imposición que llevan en sus modos de proceder. Están completamente seguros de estar en lo correcto y no admiten otros planteamientos.
En la historia han existido, y todavía existen, muchos gobernantes que son verdaderos tiranos y piensan que sus ideas y proyectos son los acertados, porque además dicen que los hacen en nombre de la libertad y el respeto a las leyes y a toda la población.
La falsa creencia del que cree que respeta la libertad
Cuando vemos los desfiles militares de los países totalitarios y escuchamos a los soldados exclamar a coro un slogan de unidad y aceptación a la causa que defienden, pensamos que se trata de un adoctrinamiento obligatorio y que ellos están actuando por imposición y no libremente, aunque podría haber alguna excepción.
Este mismo esquema nos sirve para darnos cuenta que en muchas empresas e instituciones educativas puede ocurrir algo parecido, salvando las distancias.
Es fácil que la gente sometida de alguna manera, por temor a represalias, o a ser excluidos, admita que son libres y muestren una conducta de aceptación, para no hacer problema (síndrome de Estocolmo). Luego, en otros ámbitos, lejos de los que lo mandan, comentan que se sienten presionados y obligados.
Es paradójico y no deja de ser irrisorio comprobar que en las instituciones donde se dan estas imposiciones el Jefe, en sus discursos, suele hacer elogios de las bonanzas de su empresa que sale adelante y tiene éxito gracias a la libertad que hay en ella. Lo mismo hemos escuchado de algunos gobernantes que se creen iluminados.
En la educación de los chicos: no se trata de que hagan cosas, sino de que quieran hacerlas
Cuando los padres de familia o los educadores imponen habitualmente los criterios de conducta a los chicos para que hagan o no hagan las cosas, irán creando poco a poco un ambiente negativo de insatisfacción o de miedo y tarde o temprano llegará el momento de la ruptura motivada por el hartazgo; ya no aguantan más y tomarán otro camino.
No se trata de conseguir que la gente haga cosas; lo que se debe conseguir es que la gente quiera hacerlas. Para lograrlo hay que decirles la verdad con una gran delicadeza y comprensión; y sobre todo darles ejemplo.
El ejemplo de vida
El prestigio de una vida sincera y llena de virtudes crea los verdaderos espacios de libertad donde no hay ninguna pizca de imposición.
Es mucho más acertado y valioso ver a un chico amable que saluda, que tener que decirle que salude para que lo haga. Es mejor callar, no decirle nada y en otro momento enseñarle para que él lo quiera hacer.
Es muy bueno que todos se sientan muy libres para hacer lo que les venga en gana y que ellos mismos se den cuenta que si están haciendo algo bueno es porque ellos mismos lo han decidido. Decidirán por el bien cuando se les ha formado en libertad desde muy pequeños.
Es imprescindible que los espacios sean lugares donde los seres humanos se sientan libres y que ellos mismos reconozcan los valores que se les alcanza para que sean virtuosos y acierten en sus decisiones. La educación no es buena cuando es impositiva para que solamente se haga lo que se debe hacer.
Para que no sea impositiva es imprescindible la Caridad, solo una persona que sabe amar y que quiere bien a los demás conseguirá que los demás quieran. Donde se siembra amor se recoge amor. Si no se hace así se pierde el tiempo, (P. Manuel Tamayo).