Las izquierdas lo han perdido todo, desde el verse “en algo” populares, hasta sentirse “en mucho” como dueñas de las nuevas verdades que quieren imponer para cambiar el mundo. Es su sueño, fue una pesadilla. No hacen nada por estar con una palabra para todos, con una voz en todos. Solamente subsisten ahora, para usufructuar el poder y vivir de lujos y privilegios. Ya no son lo que decían que querían ser, algo así como la única vanguardia del proletariado, una imagen activa de los trabajadores, obreros y campesinos, el grito de disconformidad estudiantil y el que venía desde los barrios populares e incluso, con algunas clases medias estancadas y sin esperanzas.
Las izquierdas lo van perdiendo todo cuando se unen en los gritos, se apoyan en las convocatorias y en el uso de mensajes de ira, pero a la hora de la movilización y la protesta, se esconden con el dinero recolectado que nunca va a una caja común para atender lo necesario en la protesta, sino que se destina a los bolsillos dispersos de sus lideres y dirigentes, es decir, a los mismos de siempre, los que salen en los medios y se desaparecen en las calles.
Y entre progres, caviares y extremistas (los ultras) hay un aire común de ambiciones y traiciones, una inquietante forma de mostrarse “solidarios”, dicen. Por eso se desborda el apetito caviar, la indigestión progre, la enfermedad ultraizquierdista y el resumen se ve en los activistas de los medios de comunicación y en los militantes del odio y el resentimiento, actitudes y actividades tan propias de los fracasados políticos de las izquierdas.
Se van quedando en nada, están siempre en nada. Sin embargo, el escenario se pone cambiante aún cuando la serpiente está separada en cuerpo y cabeza (sin cráneo, sin cerebro) y constituye la amenaza que no se debe ver pequeña ni ausente, sino escurridiza.
Hay que estar atentos y no divididos como esos de las izquierdas. La pelea, la tarea, es exterminarlos.