El reciente agravamiento de la tensión entre Israel e Irán ha vuelto a encender las alarmas internacionales. Sin embargo, interpretar este conflicto exclusivamente en clave geoestratégica o militar sería un error. La disputa entre estos dos países contiene una dimensión profunda, simbólica y religiosa que rara vez se analiza con el rigor necesario: es una guerra que se libra también en el plano de lo sagrado.
Religión como dispositivo geopolítico
Desde 1979, Irán se constituye como una república islámica chiita, donde el líder supremo, hoy el ayatolá Jamenei, ostenta un poder que combina autoridad política y guía espiritual.
El principio del Wilayat al-Faqih –algo así como “el principio del jurista experto en la ley islámica”– establece que un clérigo representa al Imam Oculto, figura mesiánica del islam chiita cuya llegada marcará el final de los tiempos. En este marco, el enfrentamiento con Israel no es solo una lucha territorial, sino parte de una narrativa escatológica –en la acepción que se refiere a la parte de la teología que trata de las últimas cosas (muerte, juicio final, etc.)–.
Según el sociólogo Hamid Dabashi, el régimen iraní articula su política exterior como una historia de redención, donde la resistencia contra Israel y Estados Unidos cumple una función sagrada. El martirio, la lucha contra la opresión y la liberación de Jerusalén son elementos centrales del discurso teológico-político iraní.
Por otro lado, Israel, aunque fundado como un Estado laico, no ha escapado a la influencia religiosa. El sionismo, aún en su versión secular, siempre ha portado un componente mesiánico. Gershom Scholem (1971) advertía que el proyecto israelí funcionaba como una “estructura de expectativa mesiánica secularizada” donde el regreso a Sión actualiza promesas bíblicas. Hoy, con la creciente influencia de partidos religiosos, esa dimensión escatológica cobra nueva fuerza en la política israelí.
Epicentro del conflicto
La ciudad de Jerusalén funciona como un espacio sacralizado para ambas potencias. Para Irán, su liberación es una causa religiosa panislámica; para Israel, es la capital eterna e indivisible del pueblo judío.
Tanto Irán como Israel consideran Jerusalén no solo un territorio político, sino un espacio sacralizado, una especie de nodo cósmico donde se juega la suerte del mundo. En la tradición chiita, la lucha por Al-Quds (“La sagrada”, nombre árabe para Jerusalén) es parte de la yihad contra la injusticia global. En Israel, la ciudad es el corazón identitario y simbólico de la nación.
Aquí, la geopolítica adquiere una estructura mítica: el conflicto por la tierra se convierte en una disputa por el derecho divino a la historia. Como apunta el filósofo italiano Giorgio Agamben, “el espacio sagrado es el lugar donde la ley se suspende para dar paso al juicio último”. Por tanto, los territorios sagrados son zonas de excepción ontológica, donde el derecho y la teología se entrelazan sin posibilidad de separación.
Geopolítica del apocalipsis
Lo más inquietante de este conflicto no es la posibilidad de una guerra convencional, sino que está estructurado por lo que algunos llaman “ignorancia sagrada”: la instrumentalización política de lo religioso. En este contexto, cada movimiento adquiere un valor simbólico elevado: matar puede ser un acto de purificación y morir, un paso hacia la redención.
Esto eleva el conflicto a una dimensión apocalíptica. No se trata solo de ganar territorios o influencias, sino de cumplir destinos: el juicio final, el retorno del Mesías, la derrota del infiel. Esta lógica permite comprender por qué, en ocasiones, las decisiones políticas parecen irracionales: se está actuando dentro de una narrativa donde el mundo debe arder para que surja el Reino de Dios.
El mapa simbólico del conflicto
La siguiente imagen ilustra el posicionamiento de los actores clave en el conflicto según dos ejes: el grado de politización religiosa y el uso estratégico del poder. Vemos cómo Irán e Israel no solo se enfrentan militarmente, sino que ocupan polos opuestos en un campo simbólico donde Jerusalén actúa como núcleo sagrado de disputa.

Posicionamiento de los actores clave en el conflicto entre Israel e Irán. Víctor Hugo Pérez Gallo, CC BY-SA
¿Qué futuro es posible?
El futuro no debe ser un Armagedón nuclear donde perdamos todos los seres humanos. Mientras Irán vea en Israel al enemigo escatológico, y mientras Israel considere a Irán una amenaza existencial, la posibilidad de una resolución pacífica se ve comprometida.
El desafío para la diplomacia internacional es desactivar los mitos fundacionales que alimentan esta guerra: convertir a Jerusalén en un lugar de convivencia simbólica más que de disputa redentora y exigir que los líderes políticos abandonen los guiones apocalípticos en favor de pactos humanos.
No basta con negociar tratados. Hace falta disputar el relato. Y salvar vidas humanas, que es, resumiendo, más importante que la práctica de cualquier religión o creencia del necesario final apocalíptico.
Nota de Redacción. el presente artículo se publicó originalmente en www,theconversation.com bajo la autoría de Assistant lecturer, Universidad de Zaragoza, España-
Imagen de portada: La ciudad de Jerusalén funciona como un espacio sacralizado tanto para Irán como para Israel. Alina Troeva/Shutterstock