Era un lujo escuchar a Don Alberto Benavides de la Quintana hablar de las enormes posibilidades del Perú y de los esfuerzos que muchos peruanos, sacrificando todo su capital y asumiendo préstamos de alto riesgo, tomaban como tarea urgente para hacer empresa y desde ese punto de partida, hacerla crecer, diversificarse, fomentar la cultura de la organización, imprimir un estilo y contagiar el esfuerzo para construir caminos de éxito. Era un lujo que felizmente, sus hijos -en especial Roque en el ámbito de la perspectiva nacional y Alberto, en la tarea enorme de la Academia- lograron hacer realidad y hacerla eco entre muchos que aprecian cada mensaje e imagen que la vida misma les permite construir con acierto y dedicación, con palabras que son como las buenas inversiones y la buena gerencia: sostenibles en el tiempo, sostenibles y replicables en valores, principios y sobre todo, virtudes.
Como Don Alberto Benavides de la Quintana, hubo en otros niveles y protagonismos, gentes como Walter Piazza Tangúis, Raymundo Duharte, Juan Antonio Aguirre Roca, los hermanos Brescia y diría, casi cien ilustres y valientes empresarios a lo largo del tiempo, que no se callaron ante la adversidad de una dictadura militar o los atropellos de gobiernos de eso que llamamos “la frágil democracia” pero que nunca lo es como construcción sólida de ciudadanía. Pueden discrepar conmigo pero no lo voy a aceptar, porque después de Víctor Raúl Haya de la Torre, Fernando Belaúnde, Luis Bedoya Reyes y Alfonso Barrantes Lingán, el Perú quedo ausente de políticos. Es como si en paralelo, perdiéramos progresivamente empresarios y políticos, para heredar mercantilistas y mercaderes de la corrupción.
Lo que asombra en estos tiempos es que ya no hay líderes ni dirigentes empresariales, salvo Roque Benavides, quizás alguno de los hermanos Wong, pudiera decirse que de los Añaños no se ve constancia de asumir un rol menos personalista para ser mejor una voz de referencia en alguno de ellos. No se leen apellidos, no se escuchan nombres, no se tienen ideas ni propuestas, porque los que las hacen, es por encargo de los ausentes y eso no va a funcionar jamás como siembra de ideas y fuente de propuestas.
Revisen: en las presidencias de los gremios empresariales no figuran empresarios, sino empleados puestos allí para participar en la gestión de relaciones públicas e institucionales de los agrupados, nada más. Quizás se trata de gentes buenas tratando de hacer cosas buenas en favor de la libertad de empresa, la defensa y promoción de la propiedad privada y muchos otros temas importantes, pero no se les escucha, no trascienden, andan como de miedo en silencio y de silencio en ausencias para momentos vitales.
El Perú necesita muchos referentes de la empresa, muchos referentes de la política, referentes del pensamiento y el ejemplo. Por eso, para el siguiente proceso electoral, hay un abanico desastroso de deteriorados hasta ahora, de empleados de organizaciones y cárteles criminales -eso pienso y opino-, de alquilados de grupitos de presión y de vasallos de grupos de poder de extorsión, pero ¿candidatos? Ni uno a la fecha, puro discurso de matón de barrio vestido con frac, puro maquillaje de malas bromas, puro insensato haciendo teatro del absurdo en lo que debería ser racionalidad, tenacidad, patriotismo, entrega y valentía.
Y lo repito nuevamente: salvo dos o tres excepciones, no hay líderes empresariales hablando de temas públicos, de política nacional. Eso no puede seguir así.
Imagen referencial: pintura neocrotálica mexicana El Líder