En el Perú todo lo malo puede pasar, antes que venga algo bueno que dure poco tiempo para que otra vez, regresen las sombras del odio, el resentimiento y la cólera inundada de ira, haciendo que se sucedan gobiernos que causan estupor e indignación, por las atrocidades que hacen, creyendo -ellos- que dejan un legado al pueblo que los repudia y paradójicamente, los eligió (así lo nieguen ahora, pero esa es la única verdad).
Las ambiciones políticas y partidarias, de gremios desastrosos y organizaciones de fachada ciudadana, junto a los pervertidos medios de comunicación, buscan su agosto en octubre, atrapando el interés público en otra vacancia que se sume a las incontables que hemos visto los últimos años -como en el juego de las sillas-, donde corren en angustia los participantes, para no perder los espacios que quedan (sillas), mientras utilizan acciones que impidan a sus oponentes ganarles. La historia política del siglo del retroceso, o sea del actual, no se escribe porque no es una historia, sino la suma de histerias colectivas por la angurria del poder. Eso es lo que sucede en el Perú en tres días, en una semana o en el limitado tiempo irracional que se usa agresivamente, para tener reemplazantes políticos de los que gobiernan y destruyen la poca institucionalidad que subsiste a duras penas, a grandes masacres. Se trata de suplentes del mismo antro, no de opciones por la democracia y la libertad.
Estamos otra vez desde los medios, desde el Congreso y el gobierno, en el camino del arte del desastre, porque no tenemos instituciones políticas, ni académicas, ni gremiales, ni religiosas, ni sindicales, ni vecinales, nada que sea suma de esfuerzos y voluntades en un camino claro hacia un destino posible, que vaya de pequeño a lo que todos aspiramos, grande como el Perú.
Es más difícil decir lo que está pasando, a intentar rezar por un mejor futuro.