Byung-Chul Han les toma el pulso a varias de las derivas culturales del mundo contemporáneo, asuntos a los que me asomo con interés. Su nuevo libro Sobre Dios. Pensar con Simone Weil (Planeta, 2025) me atrajo tanto por Dios como por mi “queridísima e irritante” Simone Weil -así la llamaba José Jiménez Lozano-. Los textos principales de Simone Weil que Han consultó para su estudio son La gravedad y la gracia, A la espera de Dios y sus Cuadernos. En el libro comparecen pasajes de Weil comentados por el autor, en la línea de otras entregas suyas, siempre sugestivas, reafirmando, de un lado, su crítica a la sociedad neoliberal del rendimiento; y de otro lado su propuesta de un urgente viraje hacia la intimidad humana para volver a saborear las fibras más esenciales del ser personal.
Dice Han que “la mirada atenta no es una mirada natural, sino una mirada sobrenatural. Trasciende la economía del poder. Se trata de una mirada amorosa, amigable. Quien presta atención al otro se contiene. La mirada atenta no me aleja de mi ser. Más bien vela por que me reencuentre conmigo mismo. Me ayuda a ser, en lugar de apoderarse de mi mirada (p. 27)”. Mirar atentamente es contemplar, todo lo contrario a la vigilancia del cazador, quien aguarda sigilosamente a su presa. La mirada atenta, en cambio, muestra respeto a la realidad del otro quien corresponde desvelándose pudorosamente en su ser. Por elevación esta actitud se abre a la trascendencia, rompiendo el techo del poder, del dinero y de la fama fatua. Se sigue, entonces, que cuando falta esta orientación primaria al otro, las relaciones humanas se instrumentalizan: cada cual busca lo suyo y trata al otro como un mero objeto. Se deteriora la confianza y la indiferencia crece exponencialmente. Nos volvemos desconocidos unos de otros.
Asimismo, Han percibe que “otra de las razones estructurales de la crisis de la religión, más allá del declive de la atención, es el enorme fortalecimiento del yo. En la actualidad, nuestra atención gira única y exclusivamente en torno al yo (p. 43)”. Quizá haya un poco de exageración en esta afirmación, pero no deja de tener razón el autor al resaltar esta inflamación del “yo” en la cultura contemporánea, al punto de reducir el horizonte visual y existencial del propio entorno. En una existencia abarrotada de “yo”, no queda espacio para Dios ni para el prójimo. Para darles cabida, hemos de ejercitarnos en el desprendimiento, vaciando el corazón y la cabeza de las autocomplacencias que empequeñecen el espíritu. De esta manera nos transformamos “en el ojo limpio de Dios a través del cual contempla su creación, sin que el yo dañe ni distorsione nada. Se trata de que nos retiremos de nuestra alma, de que vaciemos el alma para que las cosas experimenten el gozo de ser vistas por Dios (p. 44)”.
Simone Weil aconseja el aligeramiento del yo en estos términos: “Todas las cosas que veo, oigo, huelo, como y toco, todos los seres que conozco, a todos los privo del contacto con Dios, y a Dios lo privo del contacto con todo ello en la medida en que algo en mí dice «yo». Alguna cosa puedo hacer yo por todo ello y por Dios, a saber, retirarme, respetar ese cara a cara” (La gravedad y la gracia. Trotta,p. 88). En nuestras manos está transparentar la luz divina o impedirla por el exceso de “yo” que opaca nuestro ser.
Poner a Weil de referente no es poner algodones en el camino, es más bien enseñar a caminar entre piedras y riscos. Un camino abrupto, difícil, una especie de per aspera ad Astra (por lo arduo a las estrellas). Por ahí va Simone Weil y por ahí transita Han. Una vida orientada al otro sin rehuir las dificultades y el ensanchamiento del corazón, pues “no solo es asimétrica y sobrenatural la misericordia, también lo son la amistad o la sonrisa discreta y sin propósito concreto que dedicamos a un extraño. Las relaciones asimétricas generan espacios sociales que permiten respirar fuera de la economía. Sin estos espacios para la respiración del vacío, la sociedad se ahogaría entre las relaciones de intercambio económico (p. 56)”.
El alma necesita respirar. La lógica del mercado, dar para tener, es insuficiente para mantener viva y radiante la calidad de vida. A lo sumo, se conseguirá una sociedad que funcione, pero no una sociedad buena. Para esta última hacen faltan las relaciones asimétricas propias de la lógica del don -a la que se refirió Benedicto XVI en su encíclica Caritas in veritate-, expresadas en las virtudes de la magnanimidad, amistad, generosidad y el principio de gratuidad. Simone Weil y Byung-Chul Han son una buena dupla para la tarea de una sociedad buena en serio.
Nota de Redacción: el autor publica frecuentemente artículos muy interesantes de cultura, política y reflexiones de la realidad nacional en su blog Tertulia Abierta, vía WordPress

