Cuando caminas por las calles de las principales ciudades del Perú, como que faltan tantos niños como había cuando tú eras un niño, en que junto a Papá y Mamá salías de paseo, al parque, a la matiné del cine, a una fiesta de cumpleaños de un compañero de colegio, a la Misa dominical, a comer un pollo a la brasa o a un chifa de esos que contaban con una especie de cortinas laterales para que cada familia se reúna en un espacio cerrado con una mesa “familiar” (se repite siempre la palabra), como en casa, cuando nos juntábamos todos en la misma mesa a desayunar, almorzar, tomar lonche o cenar. Había Familias y en la mesa conversábamos, compartíamos el día a día, hacíamos juegos de adivinanzas o preguntas de cultura general… nos entendíamos y no había teléfono para nadie, ni periódico en la mesa. Mi padre decía al igual que mi Mamá, que en la mesa no había interrupción telefónica para nadie (“te llama tu amigo del colegio por una tarea” por ejemplo) y era muy raro que a la hora del almuerzo suene el teléfono (además, pocos teníamos teléfono fijo en la casa). A eso de las cinco y hasta las siete de la noche, había cierta concentración de llamadas, pero siempre muy puntuales, de pocas palabras, directas.
Las familias eran conocidas por sus apellidos y amplitud, por el abuelo y los tíos. Había como un destacado nivel curricular por el cual uno decía: “ah! de los Jiménez de Arequipa, del médico del Seguro, muy buena Familia” y así en cada ocasión que se mencionaban los apellidos, salía una buena referencia junto a su procedencia regional.
Hoy en cambio, es complicado encontrar familias como las de antes. Primero, porque son de tres (Papá, Mamá y el hijo o la hija), segundo, porque luego de un tiempo son de dos (la Mamá y el hijo o hija o, el Papá a cargo de su menor hijo o hija). Eso en términos generales. Los más heroicos casos familiares son de dos a más hijos; pero también los hay de familias numerosas en hijos (más de cinco y hasta once o doce). Sea cual fuere el caso, vivir en Familia es un acto de heroicidad y resistencia permanente al embate de las ideologías que destruyen valores, principios, las virtudes de la vida y las tradiciones de la Familia, porque nos venden el divorcio como algo natural y nada complicado para el esposo, la esposa o los hijos (es muy sencillo el divorcio y es una pesadilla de trámites el matrimonio; es fácil matar una historia de amor, en vez de resolver el dolor con entendimiento y perdón).
Vivimos en una sociedad que es puro título de “sociedad”, cuando se aniquila la Familia matrimonial y se pierde el respeto a la Vida de un niño por nacer, cuando se deja en lista de muerte a una persona con grave enfermedad o discapacidad dolorosa, cuando el tratamiento de elección “es el paliativo” -matarte- y se olvida la humanidad que en la Fe reside la fuerza inobjetable de la esperanza.
Tenemos grandes avances en la ciencia, pero inmensos retrocesos en la Vida. Los hogares que se van formando son como islas en una mar de tempestades sociales y estatales que hacen terrible maniobrar entre resistir cada día que pasa y hundirte en la aceptación de lo intolerable, que es ahora lo “racional y aceptado, la nueva verdad”
Reitero el título de mi columna: Es un acto heroico tener una Familia en un país donde te enseñan a aplaudir el aborto, el divorcio y la perversión inhumana como el único camino de lo que ahora se llama “vida”.

