“De acuerdo con el Instituto Nacional de Estadística e Informática la tasa de empleo informal en el Perú fue de 65.7%” ( INEI, 2018).
“Las actividades más características del sector informal son los vendedores ambulantes, que atosigan las ciudades del tercer mundo, los trabajadores independientes (cuidadores y limpiadores de autos, heladeros, lustradores de zapato, zapateros, gasfiteros, entre otros), microempresas urbanas, y pequeños productores agrarios. Todas ellas se caracterizan por su baja productividad pues usan tecnologías tradicionales u obsoletas, carecen de gestión moderna, atienden mercados de bajos ingresos y no tienen acceso a crédito formal. Esta baja productividad es la causa de los bajos ingresos de sus conductores y sus trabajadores, y por ello, muchos de ellos se encuentran debajo de la línea de la pobreza” (Andina).
“En el Perú hay una licencia social para transgredir normas, la que se evidencia en la compleja mezcla de tolerancia, envidia y rabia para con las personas que violan la normatividad. Las normas no han sido internalizadas principalmente porque las personas no se identifican con lo colectivo, no respetan al otro y persiste una visión jerarquizada de la sociedad, donde no todos tenemos iguales derechos. Paradójicamente, junto con esta licencia para transgredir coexiste una intolerancia frente a la transgresión” (Gonzalo Portocarrero).
“La licencia para transgredir la ley se suele amparar en lo perentorio de las necesidades. El chofer maneja su unidad sin licencia ni Soat porque no tiene plata pero necesita trabajar. A su vez, el desorden consiguiente alimenta la intolerancia frente a la transgresión. Así vive el país: en un “caos negociado” en un “orden de compromisos”. La ley no se cumple necesariamente pero de todas maneras es una referencia. En realidad suele primar el deseo de los individuos como tales -transgredir y sacar ventaja- sobre el deseo de los individuos en tanto miembros de un colectivo- establecer un orden fundado en la ley. En medio de estos deseos contradictorios de ventaja personal pero orden colectivo, está el humor a manera de elemento amortiguante. El desorden nos produce risa, con la carcajada aceptamos la realidad y su limitante frustración” (Gonzalo Portocarrero).
COMENTARIO
Al abrir las páginas de los periódicos encontramos todos los días grandes acusaciones y persecuciones, una auténtica cacería de brujas. Se buscan culpables y se abren investigaciones para poder encontrar más culpables y sancionarlos.
Mirando el escenario general donde abunda la informalidad es muy fácil señalar al culpable de haber trasgredido una ley, que está escrita en el código, pero que la mayoría no la cumple. Al que lo agarran tendría que “pagar el pato” aunque también podría encontrar recursos para zafarse de las sanciones.
Las famosas “combis asesinas” parece que tienen licencia, van acumulando papeletas y siguen circulando sin que nadie les diga nada, lo mismo ocurre con las motos lineales y los mototaxis que son un peligro constante porque se sienten los dueños de la calle y no respetan nada. Por otro lado muchos buses y camiones que circulan no reúnen condiciones, tampoco respetan las reglas y muchos de ellos son temerarios e imprudentes van a toda velocidad y causan frecuentes accidentes, porque chocan o se desbarrancan, dejando un saldo alto de difuntos y heridos en las carreteras. Todos los días hay alguna noticia, pero todo sigue igual, la informalidad continúa.
En el fatídico accidente de Villa El Salvador, se quiere encontrar un culpable (el chofer, el dueño de la empresa, la municipalidad, Osinermín, etc.). Se quiere sancionar a alguien para que la gente quede tranquila.
La culpa de todo la tiene la gran informalidad que hay en el país y que está extendida en todos los niveles. Es milagroso que no ocurran más accidentes, las calles son un caos, los mercados atestados de gente son un peligro constante, las movilidades viejas son un peligro al que se une la temeridad de los choferes.
Urge educar bien a la población (cambio de mentalidad)
Lo contrario a la informalidad no es la formalidad estricta, tampoco son las multas o los castigos. La solución está, aunque parezca imposible, en la educación.
Hay que enseñarle a la población a vivir de otra manera (con limpieza, higiene, orden, respeto, sentido común). Se hace urgente formar personas virtuosas que hagan bien las cosas, no porque alguien les obliga sino porque ellos mismos se dan cuenta de que vale la pena vivir con orden; que no es poner reglamentos sino que la población quiera hacer bien las cosas. Los orientales en el mundial de fútbol dieron ejemplo cuando decidieron limpiar el estadio.
Es necesario conseguir que la gente quiera el progreso y el desarrollo de su pueblo o su ciudad, que no estén en una especie de competividad para sacar provecho personal a como de lugar. Que más bien se sientan solidarios y unidos para que todo funcione con orden como debe ser y que faciliten los cambios que sean necesarios para modernizar la ciudad y los pueblos (buenos buses, un tren de cercanías, taxis modernos y limpios, calles y veredas limpias y arregladas donde se pueda circular cómodamente).
El papel de las autoridades
Las autoridades deben tomar la sartén por el mango y exigir que se cumplan las leyes para que desaparezca el caos, la inmundicia, la chabacanería, la piratería, los robos, la inseguridad y conseguir que las ciudades y los pueblos se modernicen con la ayuda y la aprobación de todos.
Hay que curar a nuestro país del cáncer de la informalidad y dejar de lado teorías que quieren justificar, en nombre de la justicia, situaciones informales. Puede ser un mal menor pero las consecuencias a las que se llegan son catastróficas.
Del caos de la informalidad se desprende la falta de seguridad, los abusos y la corrupción con toda una secuela de agresividad y violencia, que es lo que vemos cada día.
Así no queremos vivir, debe haber un cambio radical inmediato. Urge organizar campañas cívicas para educar a la población y poder contar con toda la población, para llegar a las metas de desarrollo urbano y social, que harán mucho más felices y libres a las personas, (P. Manuel Tamayo).