Hermann Hesse (1877-1962) es uno de los grandes novelistas del siglo XX. Su novela, “El lobo estepario”, es una perturbadora narración del vacío y sinsentido al que puede llegar el hombre en nuestro tiempo.
El papa emérito, Benedicto XVI, en el libro entrevista “Ultimas conversaciones” (2016) dice que esta novela, con su “análisis despiadado del hombre caído, es una imagen de lo que hoy ocurre con el ser humano”.
De principio a fin de la lectura se instala en el alma del lector un punto de inquietud. El paisaje surrealista del espacio urbano que transita Harry Haller, protagonista de la narración, destila sinsabor, inconformidad; no tanto con el mundo, sino, principalmente, con la propia biografía del personaje. Harry no está contra el mundo, está, más bien, terriblemente decepcionado de sí mismo.
“Harry encuentra en sí un ‘’hombre’’, esto es, un mundo de ideas, sentimientos, de cultura, de naturaleza dominada y sublimada, y a la vez encuentra allí al lado, también dentro de sí, un ‘’lobo’’, es decir, un mundo sombrío de instintos, de fuerza, de crueldad, de naturaleza ruda no sublimada”.
Una vida rutinaria, cómoda, ordenada, superficial. Busca autenticidad y solo encuentra simulacros: “sonidos en lugar de música, placer en lugar de alegría, dinero en lugar de alma, ocupación en lugar de trabajo verdadero”.
Quería independencia y sólo consigue ser un lobo estepario, solitario, desadaptado. Conoce gente, le escriben cartas, recibe regalos. Hay cordialidad, pero no existe cercanía. “Nadie se acercaba, nunca surgía una unión, nadie se sentía dispuesto o capaz de compartir su vida”. No le importaba a nadie y él, sin proponérselo, correspondía del mismo modo. Un abandono de las relaciones humanas y una apatía que sólo le llevaba a vegetar.
Su compañera de viaje es Armanda: joven, de buen parecer, divertida. Ella en la flor de la vida, él en el otoño. Su vida se anima, pero es el camino de un ciego que guía a otro ciego. Armanda lo sabe ver con lúcido cinismo: “Tú, Harry, te asombras de que yo soy feliz porque se bailar y me arreglo tan perfectamente en la superficie de la vida. Y yo amigo mío me admiro de que tú estés tan desengañado del mundo, hallándote en tu elemento precisamente en las cosas más bellas y profundas, en el espíritu, en el arte, en el pensamiento. Por eso nos hemos atraído mutuamente, por eso somos hermanos. Yo te enseñaré a bailar y a jugar, y a sonreír y a no estar contento, sin embargo. Y aprenderé de ti a pensar y a saber, y a no estar satisfecha, a pesar de todo”. Rotos y descosidos se encuentran en un callejón sin salida.
Harry y Armanda, dos solitarios, se tropiezan, caminan, se divierten, pero no están alegres. Saben quiénes son, dónde están. Ignoran de dónde vienen y a dónde van.
Dos soledades no hacen compañía. Dos sinsentidos no hacen rumbo.
Inquietud, inquietud, sólo descansa el corazón en la hondura de la trascendencia, sólo desde ella se comprende que el mundo es bueno y que el ser humano es muy bueno.
(Artículo escrito por Francisco Bobadilla)