“Ante estas situaciones no tenemos que esconder lo que sucede, y es bueno llamar a las cosas por su nombre. Pero como en una familia, eso no implica regodearse en el mal o ventilar lo que debe ser del ámbito de la intimidad”, consideró.
En ese sentido, recordó que “la condición humana consiste en ser peregrinos, y mientras caminamos nos caemos, nos levantamos, y volvemos a caer. Es difícil decir que una persona vive en constante ascenso de virtud. Incluso los santos reconocen momentos oscuros en su propia vida”, indicó.
“Como enseña el Concilio Vaticano II, ‘somos capaces de lo mejor y lo peor’. El ejercicio de la libertad nos hace tomar un camino u otro totalmente contrario. La Iglesia es un pueblo de santos y pecadores”, sostuvo el prelado.
“Es importante evitar actitudes simplistas y maniqueas que miran solo en blanco y negro, que dividen la humanidad en buenos infalibles y malos irrecuperables. También debemos cuidarnos de las perspectivas puritanas que se rasgan las vestiduras ante algunas faltas de moral sexual pero nada dicen de moral social, y otras cuestiones graves en la misma comunidad cristiana, como la comodidad o la chatura”, advirtió.
“La respuesta debiera ser una actitud de conversión permanente, para superar el medio pelo común, la mediocridad cómoda, el silencio cómplice o los ojos que miran para otro lado”, continuó.
Finalmente, llamó a “cuidarnos de actitudes mundanas que dan cabida a la tentación del poder (autoritarismo), del tener (uso abusivo del dinero), del dominar sobre otros (manipulación de conciencia)”.
“Como expresa el dicho, sabemos que ‘un árbol que cae, hace más ruido que todo un bosque que permanece de pie’. ¡No nos dejemos robar la alegría”, alentó.