Ya estamos saturados de la corrupción y de los engranajes oscuros que desde el poder se han ido armando para aprovechar los dineros públicos en beneficio de bandas criminales que siguen perjudicando al país.
Ya estamos saturados de las acusaciones de los que se dicen patrimonio moral, siendo éstos los más inmorales que uno podría imaginarse. Y encima, se dicen humildes, de vida plena de austeridad. Vaya uno a saber sus costumbres y placeres.
En el Perú nos estamos desangrando, nos estamos cortando las venas todos los días y a pesar de saber que la vida se nos acaba, andamos sin curarnos.
Eso es lo que ocurre en toda la Amazonía con nuestros bosques, la esencia no sólo de las Comunidades Nativas, sino el corazón herido que no sabemos resucitar.
En la selva central, mafias armadas con modernos equipos de tala, embarcaciones y transportes en convoyes hacia Lima principalmente, resguardados por decenas de mercenarios y en complicidad con autoridades de todo nivel, destruyen cientos de hectáreas de bosques, con el fin de comercializar la madera que extraen ilegalmente.
Esto también ocurre en Madre de Dios, con el agravante que allí se trabaja para limpiar el terreno para la minería ilegal, contaminando los ríos, intoxicando a los animales y matando la inocencia de miles de niños y jóvenes que son obligados al comercio sexual.
Todos lo saben –perdonen, pero qué idiotez escuchar eso- y nadie hace nada. Es que el poder del dinero sucio supera la conciencia de los que pueden parar este suicidio colectivo, el desastre sobre la naturaleza.
Imaginen un campo de fútbol. Ahora piensen en diez canchas completas. Un tercer esfuerzo, ahora traten de calcular el tamaño de dos mil estadios sin césped, sin tribunas, sin servicios, sin gentes.
Hagamos el paralelo. No es una hectárea, tampoco diez, se trata de cientos de miles de metros de terreno sin plantas, sin árboles, sin tierra cultivable, sin aves, ningún animal, sin sombra, sin vida. Ese es el resultado de la tala ilegal, de la minería ilegal, de la contaminación en la Amazonía.
Los árboles son nuestras venas, los ríos nuestra sangre, las plantas nuestra piel. Todo eso nos lo están quitando, nos lo arrancan sin que gritemos, a nosotros y a nuestros hijos.
No nos permitamos morir asfixiados, porque dejamos que nos roben un pulmón, mientras el otro, se pudre de contaminación.