Dos hechos cercanos en el tiempo hicieron noticia. En el Perú el Club Universitario de Deportes cumplía el noventa y seis aniversario de su fundación, numerosos hinchas salieron a las calles a festejar con cantos y fuegos artificiales.
En Francia, el Club Paris Saint Germain, en treinta años, lograba definir su primer título en la Champions League. La alegría fue desbordante e intensa, la expresaron en pleno Parque de los Príncipes con manifestaciones multitudinarias, cantando, saltando y, lamentablemente, hasta con algunos actos de vandalismo.
Alegrarse y celebrar son actos muy humanos que no merecen censura. Sin embargo, los casos que nos ocupan ocurren en medio de una pandemia y contravienen medidas y protocolos emitidos por los organismos gubernamentales correspondientes.
En los corrillos de amigos, por las redes sociales y en los medios de comunicación masiva, el haz de comentarios, desde paternalistas hasta ofensivos, no se hicieron esperar. No estoy de acuerdo con el grosor de los calificativos vertidos, pero si con la reacción ante tamaña irresponsabilidad, desobediencia y de desconsideración con los demás. etc.
No obstante, la pregunta que cabe hacerse es ¿Porqué hay quienes valoran más el momento, lo que sienten, el pasarla bien, que una norma sensata o en este caso la propia y la salud del resto?.
Esa valoración, no es producto del momento. Se incubó desde larga data en sus respectivas historias. Cuando el populismo y las ideologías merman la autoridad de los padres, la de los docentes y la de los servidores públicos; cuando el cliente siempre tiene la razón; cuando el eslogan de la autenticidad es, si lo sientes: dilo, hazlo, no te reprimas; cuando el consumismo crea necesidades e impera no postergar su satisfacción, y, cuando el individualismo, premia el éxito sin importar a quien se demuele en el intento… ya se ve que se educa a generaciones que actúan movidos por que lo sienten.
Solemos olvidar que “es el modo de vida en su conjunto el que educa: trabajos, gobiernos, leyes, ciudades, vecinos, hogares… todo educa, y crea el contexto en el cual operan las escuelas haciéndolo posible o socavándolo” [ 1 ]
Si no se quiere castigar a un adulto, es necesario educarlo desde niño, en todo el sentido de la palabra. La escuela es un crisol de oportunidades a través del estudio y de la convivencia, para educar en virtudes: no basta con enseñarles a querer el bien, se les tiene que hacer buenos. ¡Cuidado con las escuelas especializadas y utilitaristas que solamente privilegian lo meramente instructivo!
Los gobiernos, deben hacerse cargo que al legislar no solo regulan transacciones, ni priorizan obras: con la emisión de leyes y su respectivo control, educan, siembran hábitos y promueven conductas. La filosofía y los actos gubernamentales imprimen un estilo de vida en las sociedades; por tanto, las escuelas no son inmunes, ni neutras, la sombra del gobierno de turno, se cierne sobre ellas, no educan solas.
1 Naval, Concepción, Educar ciudadanos, la polémica liberal comunitarista en educación, EUNSA,
Pamplona, 2000, p.83