Cada noticia, una mentira y cada mentira, una eternidad, esa es la secuencia diaria que vivimos los peruanos, atormentados por la crisis económica, la crisis sanitaria, la crisis moral y sobretodo, la arremetida de la corrupción desenfrenada a la que nadie pone un alto definitivo.
Ni el gobierno, indolente, insensible, lleno de soberbia y vanidad, ni el Congreso abarrotado de populismo y desorden en su precaria agenda legislativa que parece una suma de morbo y teatro, son capaces de mirarse al espejo de la realidad y romper de una vez por todas esa costumbre de priorizar lo absurdo, lo innecesario y lo intrascendente, para retomar por primera vez en décadas, los caminos del diálogo prudente, del progreso creciente y del desarrollo visible que en algún tiempo nos caracterizaron como una nación llena de potencial en crecimiento.
Ahora, todos quieren ser presidentes, sobretodo los impensables. Y para esa tarea populista, demagógica, histriónica y caricaturesca, sobran nombres, en una especie de telenovela de capítulos llenos de lágrimas y escándalos, donde al final todos son hijos del mismo producto: la corrupción.
En medio de todo ese teatro del absurdo, los peruanos tratamos de sobrevivir, luchamos por atender a nuestras familias, nos esperanzamos en un camino de libertad, una oportunidad de recuperación, pero no se ve nada aún y tal vez, por mucho tiempo.
Entonces, ¿Qué debemos hacer? ¿Seguir renegando, seguir lamentándonos, volvernos cómplices, huir, callar?
Hay que levantar la voz, indignarnos, inundar las redes sociales, presionar al gobierno y al congreso para que cumplan con sus deberes constitucionales, que digan la verdad y sean transparentes, porque urge priorizar la salud, la alimentación, la defensa del empleo y la creación de trabajo, promover a todo ritmo la inversión privada nacional y extranjera en amplitud de condiciones. No estamos para engreimientos ni nacionalismos baratos, nos encontramos en situación de emergencia y si dejamos seguir pasando el tiempo, será más difícil recuperarnos.
Es necesario un Gabinete de Unidad, pero no de los partidos, sino del país. No necesitamos la unidad de los corruptos, sino la de los trabajadores, empresas y familias. Eso, sí es posible.