No quiero votar, esa sería la mejor decisión si me rebelara frente a todo lo que escuchamos a diario, pero ante a la sensación de caos y la numerosa fila de populistas que ofrecen mundos mejores, iré a votar, tengo que hacerlo.
Aunque la cólera y la indignación me dicen en todo momento que no vaya a votar, porque no sirve de nada hacerlo, debe haber alguna pequeña luz que encienda la pasión por elegir una opción que marque la diferencia.
Puede ser insignificante el respaldo de mi decisión, puede que haya levantado preferencias, puede que siga adelante y fuerte por ahora. Lo que interesa es eso, mi decisión y el haber pensado bien hasta dónde puedo confiar en que decir sí o no, mejorará en algo al país y a los peruanos. No lo creo pero en fin…
Es un enredo y pensaba que estas elecciones llamadas referéndum iban a ser distintas, que a pesar de las diferencias y matices alguien pondría la cuota de ejemplo y sensatez para llamar a la conciliación, al esfuerzo de buscar caminos comunes para destinos de unidad. Alguien cuya voz no se detenga con encuestas y tampoco, las infle y manipule con encuestas.
Por eso asusta que nadie haga un llamado de unidad hacia objetivos precisos y que las diferencias en los procedimientos sólo sean parte de cada estrategia, una guerra de opiniones que acusan a las demás de imposibles, pero que al final deberían conducir al encuentro de todos.
Quiero votar por un mensaje que haga mover las fibras del pensamiento y genere ánimo, esperanza y rumbos de encuentro. No quiero votar por palabras huecas y propuestas que llenan páginas que nadie entiende. Quiero votar y ejercer mi derecho a elegir lo mejor para mi país y no creo que un simple sí, o un simple no, sean la respuesta adecuada.
Hasta ahora mucho se dice, demasiado se acusa, mucho se grita y poco se comunica.