Santa Juana de Arco (1412-1431), conocida como la Doncella de Orleans, es una de las mujeres brújula -en feliz expresión de Isabel Sánchez que tomo prestada- de finales de la Edad Media.
Con tan sólo 17 años se sabe instrumento, por inspiración divina, de la liberación de Francia del dominio inglés. Al mando del ejército francés logra recuperar Orleans del asedio inglés en 1429. Ante el triunfo constante de la Doncella, Reims abre sus puertas y logra la coronación del rey francés Carlos VII en julio del mismo año. Es hecha prisionera en 1430. Al inicio permanece bajo la jurisdicción francesa leal a Inglaterra. Pocos meses después es vendida a los ingleses, abriéndose un proceso judicial eclesiástico quien la declara culpable de herejía y brujería, condenándola a morir en la hoguera. La sentencia se ejecuta el 31 de mayo de 1431.
“Este proceso -señala Benedicto XVI- es una página desconcertante de la historia de la santidad y también una página iluminadora sobre el misterio de la Iglesia que, según las palabras del concilio Vaticano II, es a la vez santa y siempre necesitada de purificación (Lumen Gentium, 8). Es el encuentro dramático entre esta santa y sus jueces, que son eclesiásticos. Acusan y juzgan a Juana, a quien llegan a condenar como hereje y mandan a la muerte terrible de la hoguera. A diferencia de los santos teólogos que habían iluminado la Universidad de París, como san Buenaventura, santo Tomás de Aquino y el beato Duns Scoto (…), estos jueces son teólogos carentes de la caridad y la humildad para ver en esta joven la acción de Dios. Vienen a la mente las palabras de Jesús según las cuales los misterios de Dios son revelados a quien tiene el corazón de los pequeños, mientras que permanecen ocultos a los sabios e inteligentes que no tienen humildad (cf. Lc 10, 21). Así, los jueces de Juana son radicalmente incapaces de comprenderla, de ver la belleza de su alma: no sabían que estaban condenando a una santa”.
Pocos años después de la muerte de la Doncella, se produce la liberación total de Francia dando fin a la larga Guerra de los Cien Años.
Con la tranquilidad seguida al término de la guerra, se vuelve a abrir un nuevo proceso judicial que anula el primer juicio, reivindicándose su figura según consta en los numerosos documentos actuados en este nuevo proceso terminado en 1456. El Papa León XIII abre la causa de beatificación de Juana. San Pío X la declara beata en 1909 y el Papa Benedicto XV la canoniza santa el 16 de mayo de 1920. La Bula de canonización es extensa y se detiene en muchos detalles de la vida de la santa. El Papa Emérito Benedicto XVI habló de ella en su mensaje del 26 de enero de 2011. En ambos documentos se recogen escenas aleccionadoras de la vida de la Doncella de Orleans.
Una santa fascinante, un alma sencilla colocada en medio de un episodio dramático de la historia europea. Una vida intensa capaz de desconcertar a muchos en su tiempo y en el nuestro. Cortos momentos de gloria, mucha abnegación en el cumplimiento de su misión, atenta siempre a lo que sus Voces le indicaban (San Miguel Arcángel, Santa Margarita y Santa Catalina).
Conoció la vida sin oropeles del pueblo francés, recogió las muestras de cariño de los tantísimos que creyeron en su misión. Sufrió la traición y el abandono cuando cayó en desgracia. Su fortaleza de ánimo se nutrió de la intensa vida de oración que llevó hasta alturas místicas. Se llenaba de fervor cada vez que pronunciaba el nombre de Jesús y el de María. Esas fueron sus últimas palabras en la hoguera.
Mujer fuerte, devota y piadosa. Mujer de acción y de sacramentos.
“Uno de los textos más conocidos del primer Proceso -señala Benedicto XVI- se refiere precisamente a esto: Interrogada si sabía que estaba en gracia de Dios, responde: si no lo estoy, que Dios me quiera poner en ella; si lo estoy, que Dios me quiera conservar en ella (Catecismo de la Iglesia católica, n. 2005)”. Palabras inspiradas y profundas a la vez de la Santa, consciente de que poco aprovecha ganar poder y riquezas si se pierde el alma.
Son cien años de la declaración de santidad de Santa Juana de Arco, una buena ocasión para recrearse en su breve historia.
Una bonita introducción a la vida de la Doncella de Orleans son las novelas históricas de Mark Twain y la de Louis de Wohl. Ambas recrean su vida con admiración y cariño.
Con palabras glosadas de Louis de Wohl podemos decir que “la historia de una santa termina solo con el fin de la humanidad, gracias, en primer lugar y sobre todo, a la Iglesia, que invoca a sus santos todos los días. Siempre que haya mujeres y hombres que amen a su país lo suficiente como para salvaguardar su libertad, la memoria de Santa Juana de Arco estará presente en nuestros corazones”.