Cuando pocos insisten con pasión y argumentos en lo mismo, frente a muchos que callan en sumisión y silencio de lo mismo, hay evidencias que esos pocos tienen una razón profunda y valiente; también hay evidencia que esos muchos tienen un miedo en ebullición que los hace mirar al suelo, encorvados, aplastados en la vergüenza, por más que ensayen discursos y comentarios de café, recostados en un sillón o besando sus almohadas.
Así es hoy el país, y leía uno de tantos brillantes escritos de Juan Carlos Suttor, peruano, terco, insistente, dialogante, terco otra vez, pero con ideas, propuestas y argumentos que invitan a compartir o debatir, eso es lo importante.
Estamos aplanados por un gobierno que es más bien una especie de garito, gazapón, chirlata, un espacio de timba entre facinerosos que aterrizaron un día de causalidad en la oscura y corrupta escena política y la convirtieron en eso, un garito donde se unen, sin necesidad de tatuajes ni aretes, secundones, mediocres, pregoneros de estafas, caciques de hordas y bribones de plazuela que rodeaban a los clásicos dirigentes de los partidos, hasta aprender que de ellos, se puede hacer mejores truhanes usando las leyes y el poder.
¿Qué clase de primeros ministros hemos visto jurar? Uno preso por corrupción, otro huido en un inmerecido cargo diplomático para tapar sus fechorías y ahora alguien que no condena conductas impropias en plena pandemia.
¿Qué clase de ministros hemos visto pasar? Decenas, superan los sesenta y si contamos sus viceministros y asesores con sueldos de eso, como mil personas rotando de un lado a otro, sin saber lo que hacen, claro, tapando el motivo político por el cual los instalaron allí.
¿Ser oposición te distingue o te condena? Eso es lo complicado, porque ser oposición al gobierno no es encontrarte en la vereda de los equivalentes a esos bribones.
Oposición ciudadana es estar fuera de la “sucia política” donde caviares y reciclados, progres resentidos, izquierdistas de nuevo puño y misma antorcha, mercantilistas de la derecha, racistas y tránsfugas, acomplejados y mercenarios de la prensa se pelean los últimos centavos de las arcas de nuestro país, mientras vemos pasar el cadáver del Pueblo cada día, una vez más, otra vez más, en silencio, sin decir nada, sin protestar, porque algunos amigos nos presionan y nos dicen que todo está bien, que ya va a terminar, que hay que dejarlos hasta el 28 de julio próximo, si es que aún estamos aquí.
Sólo queda repetir como Vallejo:
“…y tomamos café ya tarde,
con deficiente azúcar que ha faltado,
y pan sin mantequilla. ¡Qué se va a hacer!
Pero, eso sí,
los aros receñidos, barreados.
La salud va en un pie.
De frente: ¡Marchen!