“Somos lo que somos, nada más” le decía Miguel de 81 años a César de 76 y Juan Pedro de 79 sentados en la banca del parque que los cobijaba hace algún tiempo, luego del agotador desplazamiento desde sus casas, todos los días a las 10 de la mañana, cuando hacía menos frío, cuando poca gente transitaba en las calles de Magdalena del Mar.
Miguel, César y Juan Pedro no eran “promoción” pero se entendían a pesar de la sordera avanzada de uno de ellos, el lento hablar de otro y la terquedad de los tres cuando trataban de política o de fútbol.
¿Qué hacían tres viejos trabajadores jubilados y buenos abuelos hablando de política, si el voto en ellos es facultativo? Eso me dicen mis nietos, mencionaba Juan Pedro repitiendo la frase de uno de sus engreídos: “para que te molestas abuelo, si las cosas son diferentes ahora, quédate en casa”
Pero el abuelo jamás se quedó en casa, siempre iba a votar y llevaba a uno de sus nietos con él para que vea como lo reconocían y saludaban en un día de esos de antes, de fiesta y democracia, que ahora no es tan igual, porque no hay ni fiesta, ni se siente democracia.
Esta introducción es un homenaje a millones de Miguel, César y Juan Pedro, a millones de Rosa, Felicia, Ana, Lidia y más nombres de abuelas y abuelos, viejos llenos de vida, acumuladores de experiencias, de moral y virtudes que éste gobierno ha condenado a las cadenas del aislamiento más miserable que pueda concebirse, encerrándolos en sus casas, abandonándolos en todo momento, haciendo que sean las primeras víctimas del coronavirus y el olvido.
¿Saben qué? No es facultativo sentirse responsable, al contrario, no es facultativo tener voz y voto, es un deber y una obligación a toda edad y así lo decían, lo sentían y lo proclamaban Miguel, César y Juan Pedro que gracias a Dios, están con vida porque tienen una Familia que no se dejó vencer por leyes absurdas y discursos anormales de un gobierno desprestigiado: los cuidaron y protegieron todos los días.
Ese ejemplo de tres, ese cariño de sus familias, debería ser escuela para todos.
Muchas veces leemos, nos indignamos, discutimos, opinamos: ¿Pero asumimos un reto, una tarea, un compromiso? Primero la Familia, antes que cualquier ley.
Y mirando hacia el país…. los que pagamos impuestos, trabajamos, estudiamos, ¿Tenemos tiempo para la política?
¿Tienes Facebook, Twitter o participas en redes sociales?
El 90% de las clases medias lo hacen y no trasladan sus voces más allá de cada tweet o cada “me gusta”. Y luego, cuando un mediocre es elegido o aterriza conspirando, volvemos a la misma secuencia de cólera e indignación en cada reunión de fin de semana o cumpleaños con la familia o los amigos, tal vez en un momento del trabajo y hablamos y hablamos en el aire, resolvemos los problemas del país y volvemos a vivir en medio de los problemas nuestros.
Observen bien: Más de cuarenta peruanos están haciendo sonar sus nombres como posibles candidatos a la presidencia del país; más de cuarenta peruanos creen que es posible ganarse la tinka sin comprar el boleto, juegan a la oportunidad que “algo ocurra”.
¿Estamos perdidos? No, de ninguna manera.
Debemos ser como Miguel, César y Juan Pedro, con la vitalidad de sus mentes, para sentirnos obligados a participar levantando nuestra voz. No estamos ni arriba, ni abajo. Nuestra banca del parque se llama Clase Media y llegar hasta esa posición nos ha costado generaciones de trabajo, familia y educación.
Hay que escarbar y participar, inundar las redes sociales, hablar aún con las mascarilla puesta mientras viajamos en el ómnibus al trabajo, o cuando vamos a la panadería o al mercado, hay que hablar, hay que intensificar el buen uso de la tecnología, porque es nuestra única arma de movilización de ideas y candados frente a la corrupción que quiere seguir en el poder.
Recuerden: En una banca de cualquier parque, podemos ser nosotros los que añoremos vernos sentados, hablando, viendo correr a nuestros nietos bajo un cielo de Libertad. No perdamos ese sueño, hay que volver al Parque.
Fotografía de Augusto Mostajo, Viejos amigos, Cusco