Rafael Estartús (1930-2013), profesor de la Universidad de Piura, cumpliría ahora 90 años. Agradezco haberlo conocido y, celebro aún más, su testimonio de vida que ha modulado el estilo universitario de esta casa de estudios. Los años me han dejado muchísimos recuerdos, jalonados entre risas y no pocas lágrimas. Uno de esos tesoros es la memoria de don Rafa (como lo llamábamos), de quien aprendí el oficio universitario y, también, el oficio de ser persona; aunque ambos oficios me sigan quedando grandes.
Pienso en su legado intelectual y me viene a la mente su firme convicción respecto a las buenas relaciones entre fe y razón, cuya prueba son los varios ensayos que escribió sobre los temas debatidos -entonces y ahora- en el ámbito académico en los que salían a relucir presuntas incompatibilidades entre la ciencia y la fe revelada.
Su formación como ingeniero industrial, sus estudios de filosofía y teología, su experiencia profesional en el campo de la informática y los largos años de docencia universitaria de geometría, le dieron un bagaje intelectual que le llevó a interesarse por los temas científicos que se prestaban al debate entre fe y razón.
Desde esta perspectiva, pienso que don Rafa puede ser calificado como un valiente defensor de la fe y apologeta moderno de la misma. Para él, la naturaleza recogía la impronta de su creador y, desde el entendido que en el Principio fue el Logos y no el caos -como lo diría repetidas veces el Papa emérito Benedicto XVI-, emprendió su quijotesca defensa de la cordialidad entre la ciencia y la fe: geometría y creación se dan la mano.
Sus lecturas de los trabajos del físico húngaro Stanly Jaki (1924-2009) le llevaron a comprender que los avances científicos de la cultura occidental se debieron, en gran parte, al fermento cristiano que le dio vuelos a la razón científica. Con este propósito, junto con Jaki escribe el libro “Una mirada al cielo. Ciencia y Catolicismo” (Universidad de Piura /PROFORHUM. Lima, 2001. Prólogo: Juan Luis Cardenal Cipriani Thorne; Traducción: Walter D. González), en donde ambos autores señalan a la raíz cristiana como fuente de la madurez científica occidental. Antecedente de este ensayo es “La Génesis de la Ciencia Moderna” (Universidad de Piura, 1994).
Su formación en sistemas informáticos le llevó a indagar en lo que ahora llamamos inteligencia artificial. En “Las máquinas no piensan” (Universidad de Piura, 1993) hizo una aproximación a las relaciones entre las máquinas lógicas, la ciencia y el pensamiento.
En la antesala intelectual a las modernas computadoras están Pascal, Leibniz y Babbage. De cada uno de ellos, extrae sus aportes. Me quiero fijar, especialmente, en Pascal (1623-1662), a quien don Rafa tenía una singular admiración, quizás por que se trataba de una mente muy similar a la suya en muchos aspectos. Pascal a sus 16 años escribió un tratado de las cónicas, a los 20 años inventó la primera calculadora (la pascaline), estudió el vacío en física y, aunque no tuvo una formación filosófica completa, escribió sus “Pensamientos”, notas con la que planeaba hacer una apologética del cristianismo que no pudo escribir por su temprana muerte.
Al igual que Pascal, don Rafa tuvo también un temple dramático de la vida, al que le sacaba mucho provecho el profesor Leonardo Polo. Leo a Pascal y pienso que muchas de sus afirmaciones agudas y enfáticas las suscribiría de buena gana don Rafa. Pero aventajó de lejos a Pascal en el gran sentido del humor que tenía don Rafa y que aquél no tuvo ni por asomo.
Desde ya, considero -adelantándome a alguna objeción- que Pascal no fue jansenista, aunque tuvo cercanía con ellos. Me remito a los estudios de Guardini y Kreeft sobre el particular. Volviendo al talante pascaliano de don Rafa, una de las cosas en las que se entretuvo en sus últimos años fue en la famosa apuesta de Pascal. Una apuesta con aroma a cálculo de probabilidades, ideal para ateos y agnósticos.
El asunto es sencillo: mejor apostar y vivir como si Dios existiera, que vivir como si Dios no existiera. Si Dios existe, lo he ganado todo: la felicidad eterna. El otro lo ha perdido todo. El argumento es más largo y sustancioso y puede consultarse en el libro de Pascal. Lo cierto, es que don Rafa disfrutaba comentando esto a muchos de sus incrédulos amigos y conocidos.
Su labor de apologeta buscaba, también, la unidad de los cristianos y, junto con su gran amigo, el profesor Nicolai Ezerskii, escribieron “Católicos y Ortodoxos. La unión de los cristianos” (Universidad de Piura, 2004). Al igual que ambos autores, pienso que, ciertamente, “grandes bienes se derivarían de la unión de católicos y ortodoxos para las almas de todos los hombres del mundo. La Iglesia Ortodoxa puede aportar al conjunto su sentido de lo sagrado y del misterio, y su apasionada fe en la presencia de Cristo en la Eucaristía”.
En esta misma línea de comprensión del misterio cristiano, se ubican sus conferencias sobre sobre Virgen de Guadalupe que decantaron en el libro que escribe con José Aste Tönsmann “El secreto de tus ojos. Estudio digital de las imágenes reflejadas en los ojos de la Virgen de Guadalupe” (Tercer Milenio. Lima, 2002). Este último vive en México y visita el Perú todos los años para dar conferencias sobre los ojos de la Guadalupana.
No he dado cuenta de todos los ensayos que don Rafa realizó en este empeño de divulgación científica, sin embargo, lo mostrado es suficiente para abonar aquella afirmación de San Juan Pablo II, quien en su Encíclica “Fides et ratio” resaltó que “la fe y la razón son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”. Don Rafa fue un cantor de esa geometría de la creación.