Tenía 15 años cuando conocí a Juan Luis Cipriani gracias a Miguel Ferré, mi gran amigo, el impulsor del PAD de la Universidad de Piura. Juan Luis apenas era un cura iniciando su chamba, ingeniero y basquetbolista que llamaba la atención por su entusiasmo y palabra bien puesta, sincera, transparente, llena de coraje.
El tiempo sigue pasando, la amistad sigue sembrando. La vida golpea en el alma, en el corazón, en las ideas, nunca en las palabras. A Juan Luis le han golpeado y fuerte, pero resiste, y hasta devuelve el golpe con una oración por los que no entienden su rol como cura, como hombre de Dios, pero le buscan algo para darle más golpes y Juan Luis, como buen basquetbolista, mira el tablero donde anotar una palabra de Fe, no se lanza al vacío ni a la tribuna.
La última vez que conversamos en privado, me dijeron que use diez minutos solamente porque tiene muchas reuniones, una agenda larga. Como yo trabajaba en Huancayo, mi carácter se volvió más terco y más andino, así que hablamos y nos reímos dos horas sin aceptar interrupciones, como es costumbre de viejos amigos.
Un cura en estos tiempos, es objeto de miradas de odio de quienes le envidian, porque la Fe no se vende como la política, ni traiciona como los políticos. La grandeza de la Fe persiste los tiempos y los ataques, eso les duele a los irritados ante la Fe.
Hace 40 años que conozco a Juan Luis Cipriani, ingeniero, basquetbolista, Arzobispo y Cardenal. Pero lo que más me asombra y enorgullece, es mi amigo sacerdote, el de las tertulias, la meditación y el Retiro, el del abrazo en la oración, el que inspira en los Diálogos de Fe, aquel de la valentía de ser Católicos en un mundo tan complicado.
Van 40 años de sacerdocio y 40 años de amistad, y seguimos caminando, sobre estrechos valles donde nos lanzan rocas enormes, por delgados rumbos donde tiran fuego, por momentos difíciles que necesitan perdón, y en todos esos duros instantes, la Palabra de Dios, la lleva nuestro Pastor, el Cardenal de todos, Juan Luis Cipriani.