Bernard-Henri Lévy (1948) es un filósofo francés con impacto en la opinión pública. Ha escrito un polémico libro alrededor de la pandemia del coronavirus. En francés el título es “Ce virus qui rend fou”, en español se titula “Este virus que nos vuelve locos”, en inglés se llama “The virus in the age of madness”. Esta es la versión que he leído. El tema me atraía y el autor, también. Sabía cosas sobre él, me faltaba leer algo de su pluma. Me ha desconcertado el libro. Está escrito con pasión, casi con el hígado. Arremete contra todo lo políticamente correcto alrededor del covid-19. No hay política pública que se resista a su crítica mordaz.
Se enfila contra los que niegan la gravedad de la pandemia, como contra los que la endulzan. Estos últimos aducen que el confinamiento nos ha traído cosas positivas como la vuelta a casa, el descubrimiento de las relaciones interpersonales, la recuperación del medioambiente, etc. Para Lévy el virus es dañino y es un trago amargo por más que lo endulcemos. Lo que se pone en evidencia, dice el autor, no son mensajes del cielo, sino una descuidada sanidad pública tomada de sorpresa para entablar lucha contra este virus.
Las políticas públicas tampoco se salvan. Para el autor, los gobiernos -en gran parte porque no sabían qué hacer- han decretado medidas draconianas contra la población, privándonos de las relaciones sociales, confinándonos en el aislamiento, generando un miedo insano y haciéndonos más egoístas. Todos medianamente a salvo en nuestros pequeños reductos, olvidándonos de las grandes desgracias que circulan actualmente nuestro mundo: el hambre, los inmigrantes, los refugiados, las represiones a poblaciones en el lejano Oriente, etc. Los únicos ganadores serían los gobiernos autocráticos: poder omnímodo en detrimento de las libertades ciudadanas. No ahorra críticas a Trump, Bolsonaro, Erdogan; Polonia, China, Rusia. Los expertos tampoco quedan bien parados. Les habríamos dado demasiada credibilidad a los gurús médicos que saben, pero también se equivocan.
Le preocupa la idolatría al coronavirus, el culto al higienismo reinante. Desde luego, dice, hay que pensar en el “después del virus”, pero también hay que pensar en “durante” del virus. ¿Todo este largo tiempo de vida reducida a la realidad virtual nos hará olvidar que lo propiamente humano es la vida relacional con sus alegrías y riesgos? Para Lévy, el virus y sus males son reales, lo que no es humano es el estilo de vida que ahora llevamos a cuesta. La calle, los lugares públicos, los viajes, los encuentros, la vida relacional, el cuidado personal de nuestros mayores y enfermos, la sabiduría de los libros eso es lo que nos hace humanos.
Acojo muchas de las afirmaciones del polémico Lévy, no me siento a gusto con el celo amargo con el que las sostiene. Destila demasiada bilis. Por si alguno pensaba que los bebés venían de París en cigüeñas, el filósofo se encarga de matarlas a todas. Le falta sentido del humor a su propuesta y no hay ni el más mínimo asomo de sentido trascendente de la vida en su exposición: todo es demasiado objetivo con una irritante lucidez cínica. Sí, una visión humana, demasiada humana, sin ventanas a la esperanza y con la mirada a ras de tierra. Nuestro autor abunda en agudeza e ironía, pero se le escapa lo esencial de la vida que suele ser invisible a los ojos, como muy bien lo señalaba Antoine de Saint-Exupéry.