Soy un entusiasta de la literatura de Joseph Roth (1894-1939), a quien le he dedicado varios artículos en mi blog Tertulia Abierta. Sigo tras sus huellas y me he encontrado con estos recuerdos escritos por uno de sus mejores amigos, Soma Morgenstern (1890-1976), periodista y novelista como Roth.
“Huida y fin de Joseph Roth” (Pre-Textos, 2008) da cuenta de varios tramos de su vida, su oficio como escritor y bastante de sus convicciones intelectuales. Su condición de judío oriental, al igual que su postura favorable a la soberanía de la Austria monárquica marcaron su corta vida. Gran parte de sus escritos dan cuenta de la desaparición del mundo de la Viena de entreguerras. No llegó a sufrir los horrores de la Segunda Guerra Mundial y vio, con antelación, la perversión de la política del Tercer Reich.
La obra de Morgenstern recoge retazos biográficos de Roth de primera mano, pero no los suficientes para dar una idea cabal del Roth profundo. Digo esto, no porque sepa más de esas profundidades, sino porque después de las más de 400 páginas del texto me queda la impresión de haber recorrido sólo la superficie de este gran escritor.
De vez en cuando, hay alguna que otra zambullida al mundo interior de Roth y deja entrever algo del río subterráneo que recorre el cauce vital de nuestro autor. Morgenstern navega por las aguas superficiales de Roth y lo hace muy bien, le ha faltado más labor de submarinista. En este último aspecto, las sabrosas notas escritas por Stefan Zweig -otro de los grandes amigos de Roth- dan mejor cuenta de la compleja vida que bullía en la pluma del autor de “Job”.
El alcohol le puso a Roth para mal y para bien. Morgenstern así lo piensa: “Acaso se me reprochará que, en estas notas, digo con demasiada frecuencia que bebía. Es creencia común que el hecho de que uno sea alcohólico es algo accesorio. Él es un padre, un esposo, un artista, un amigo y, de manera incidental, un alcohólico. Incluso lo creen algunos médicos. Yo no lo creo. Un alcohólico es, primero, un alcohólico, y todo el resto es por añadidura”. No obstante, continúa diciendo el amigo: “Pero ¿no lo ayudó también el alcohol? Hoy no puedo dejar de pensar que el alcohol era su destino para lo bueno y lo malo. ¿Para lo bueno también? Sí, ahora lo creo así, también para lo bueno. Porque hubo momentos en que el alcohol lo ayudó a soportar mucha adversidad. Hubo momentos en que el alcohol creó en su alrededor una cerrazón tras la cual pudo hallarse en soledad y encontrar el valor para seguir durando. En él, seguir durando significaba seguir escribiendo”. Y escribió hasta el final de su vida.
Morgenstern da una clave importante para comprender la vida de Roth. Anota: “desde un principio, fue un fugitivo voluntario. Acaso porque lo fue su padre y lo llevaba en la sangre. Primero huyó de su familia. La guerra lo apartó de los estudios, a los que no volvió. Dejó Viena porque no le ofrecía ninguna oportunidad para salir adelante, como yo lo hice cuando también fui a Berlín”.
Casa, propiamente, no tuvo. Vivía y escribía en hoteles en donde pasaba largas temporadas: Viena, Múnich, Paris. Un fugitivo, huyendo del cerco totalitario que se acortaba año tras año. Optó por la asimilación y quería ser, ante todo, un ciudadano de la Europa clásica y humanista. Stefan Zweig lo veía así, dedicándole uno de sus más bellos artículos en su libro “El legado de Europa” (Acantilado, 2019 -es una compilación póstuma-).
Más adelante volveré sobre Roth desde la mirada de Zweig, la propia de un submarinista, adentrándose en el alma de su querido amigo.